sábado, 9 de noviembre de 2013

lo amado


 
Por el contrario, el amor nos liga a las cosas, aun cuando sea pasajeramente. Pregúntese el lector, ¿qué carácter nuevo sobreviene a una cosa cuando se vierte sobre ella la calidad de amada? ¿Qué es lo que sentimos cuando amamos a una mujer, cuando amamos la ciencia, cuando amamos la patria? Y antes que otra nota hallaremos ésta: aquello que decimos amar se nos presenta como algo imprescindible. Lo amado es, por lo pronto, lo que nos parece imprescindible. ¡Imprescindible! Es decir, que no podemos vivir sin ello, que no podemos admitir una vida donde nosotros existiéramos y lo amado no –que lo consideramos como una parte de nosotros mismos. Hay, por consiguiente, en el amor una ampliación de la individualidad que absorbe otras cosas dentro de ésta, que las funde con nosotros. Tal ligamen y compenetración nos hace internarnos profundamente en las propiedades de lo amado. Lo vemos entero, se nos revela en todo su valor. Entonces advertimos que lo amado es, a su vez, parte de otra cosa, que necesita de ella, que está ligado a ella. Imprescindible para lo amado, se hace también imprescindible para nosotros. De este modo va ligando el amor cosa a cosa y todo a nosotros, en firme estructura esencial…
 
Yo desconfío del amor de un hombre a su amigo o a su bandera cuando no lo veo esforzarse en comprender al enemigo o a la bandera hostil...
 
     Meditaciones del Quijote, Ortega y Gasset

domingo, 3 de noviembre de 2013

El revés y el derecho de la Historia


Gabriel Albiac (En el ABC cultural del sábado 2 de Noviembre de 2013)
¿Qué queda en la memoria cuando el tiempo pasa? Nada. Peor que nada: relatos. Peor que relatos: iconos. Los mitos y leyendas no son espejo del mundo del cual dicen hablar; son un mundo superpuesto al mundo, para eximirnos del esfuerzo de entenderlo. Si funcionan bien, logran trocarlo en invisible. Y es que el hombre es un peculiar constructor de ídolos, curioso animal que ve, no con los ojos, sino con la lengua, con la red de ensoñaciones que componen las palabras. Cualquier anécdota nos es materia prima para artesanar leyendas que se quieren siempre pletóricas de sentido: el dato más trivial, como el hecho más dramático, todo sirve para fingir finalidades a un mundo cuya peculiaridad más latosa es carecer de ellas.
En la solemnidad de los aniversarios, la tentación sacralizadora acecha siempre a estos animales reverentes que somos: animales cuyo lenguaje anuda iconos. Y una fría certeza debiera precavernos contra nuestros perseverantes entusiasmos; esas imágenes no dan cuenta de lo real. Dan cuenta de otra cosa, que amamos confundir con lo real; nuestras temerosas fantasías, nuestros esperanzados deseos, nuestro nunca confeso desaliento…

Óscar Murillo

El día 27 de Septiembre de 2013 en el diario El pais
Hasta hace un par de meses muy poca gente había oído hablar de Óscar Murillo. Era uno más de los miles de artistas jóvenes (tiene 28 años) que intentan abrirse camino profesional en Londres. Oriundo de La Paila, en el Valle del Cauca (Colombia), había llegado con diez años a la capital inglesa donde sus padres, y él mismo, trabajaban en servicios de limpieza. Apasionado por el arte, se graduó, sin destacar especialmente, en el Royal College of Art, una de las principales fábricas de artistas del país, en cuyos pupitres se han sentado David Hockney, Dinos Chapman o Frank Auerbach.