Gabriel Albiac (En el ABC cultural del sábado 2 de Noviembre de 2013)
¿Qué queda en la memoria cuando el tiempo pasa? Nada. Peor
que nada: relatos. Peor que relatos: iconos. Los mitos y leyendas no son espejo
del mundo del cual dicen hablar; son un mundo superpuesto al mundo, para
eximirnos del esfuerzo de entenderlo. Si funcionan bien, logran trocarlo en
invisible. Y es que el hombre es un peculiar constructor de ídolos, curioso
animal que ve, no con los ojos, sino con la lengua, con la red de ensoñaciones
que componen las palabras. Cualquier anécdota nos es materia prima para
artesanar leyendas que se quieren siempre pletóricas de sentido: el dato más
trivial, como el hecho más dramático, todo sirve para fingir finalidades a un
mundo cuya peculiaridad más latosa es carecer de ellas.
En la solemnidad de los aniversarios, la tentación
sacralizadora acecha siempre a estos animales reverentes que somos: animales
cuyo lenguaje anuda iconos. Y una fría certeza debiera precavernos contra
nuestros perseverantes entusiasmos; esas imágenes no dan cuenta de lo real. Dan
cuenta de otra cosa, que amamos confundir con lo real; nuestras temerosas
fantasías, nuestros esperanzados deseos, nuestro nunca confeso desaliento…
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