Por el contrario, el amor nos liga a las cosas, aun cuando
sea pasajeramente. Pregúntese el lector, ¿qué carácter nuevo sobreviene a una
cosa cuando se vierte sobre ella la calidad de amada? ¿Qué es lo que sentimos
cuando amamos a una mujer, cuando amamos la ciencia, cuando amamos la patria? Y
antes que otra nota hallaremos ésta: aquello que decimos amar se nos presenta
como algo imprescindible. Lo amado es, por lo pronto, lo que nos parece
imprescindible. ¡Imprescindible! Es decir, que no podemos vivir sin ello, que
no podemos admitir una vida donde nosotros existiéramos y lo amado no –que lo
consideramos como una parte de nosotros mismos. Hay, por consiguiente, en el
amor una ampliación de la individualidad que absorbe otras cosas dentro de
ésta, que las funde con nosotros. Tal ligamen y compenetración nos hace
internarnos profundamente en las propiedades de lo amado. Lo vemos entero, se
nos revela en todo su valor. Entonces advertimos que lo amado es, a su vez,
parte de otra cosa, que necesita de ella, que está ligado a ella. Imprescindible
para lo amado, se hace también imprescindible para nosotros. De este modo va
ligando el amor cosa a cosa y todo a nosotros, en firme estructura esencial…
Yo desconfío del amor de un hombre a su amigo o a su bandera
cuando no lo veo esforzarse en comprender al enemigo o a la bandera hostil...
Meditaciones del Quijote, Ortega y Gasset
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