La libertad de hablar se está
perdiendo. Antes era evidente que las personas que mantenían una conversación
se interesaban por su interlocutor, pero eso ha sido hoy sustituido por la
pregunta por el precio de sus zapatos o de su paraguas. En toda conversación se
va infiltrando, inevitablemente, el tema que plantea las condiciones de vida, el
tema del dinero. Pues no se trata de las preocupaciones y sufrimientos de los
individuos, en lo que tal vez unos podían ayudar a los otros, sino de la
situación en su conjunto. Es como si estuviéramos atrapados dentro de un teatro
y tuviéramos que presenciar la obra que se representa en el escenario, lo
queramos o no, convirtiéndola, una y otra vez, en objeto del pensamiento y la
conversación.
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