… Parecía que de él llovieran granos de color lila, y al acercarlo al pañuelo de la
carnicera, el chisporroteo se multiplicó, entonces, por medio del aparato, mi
padre acarició el hombro de la carnicera y el tío dijo silbando
voluptuosamente: “Eso me lo tendrás que dejar para ir a ver a las señoritas, se
van a quedar de piedra, van a mear aceite…”. Y mi padre prosiguió, como un
hipnotizador, pasando su mano con la nube lila sobre el pecho de la carnicera,
encima de su corazón, y sus pechos se inflaban de placer, de admiración. “Cada
sábado”, le dijo mi padre al oído, “vendré a ofrecerle masajes eléctricos si
deja de beber, cada sábado…”, y la carnicera se levantó, estiró del pañuelo que
le envolvía la cabeza, y una larguísima melena pelirroja se derramó, llegó casi
al suelo, y Francin, al ver ese cuerno de la abundancia de cabello, empezó a
temblar… Entonces le pidió a la carnicera que le aguantase su aparato, él cogió
el amplísimo delantal de carnicero, envolvió en él a la carnicera que, además,
ahora estaba vestida de su melena, y mi padre cogió aquel pelo y lo derramó
alrededor del cuerpo de ella, parecía un albornoz confeccionado de pelo… y mi
padre la sentó, tomó un peine de neón y lo pasó por su larguísimo cabello,
pasado de moda, y la carnicera dejó caer la cabeza atrás y cerró sus ojos y
solo se oían las chispas y la lluvia amorosa del peine en su pelo…
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