miércoles, 10 de julio de 2013

vendré a ofrecerle masajes eléctricos...

… Parecía que de él llovieran granos de  color lila, y al acercarlo al pañuelo de la carnicera, el chisporroteo se multiplicó, entonces, por medio del aparato, mi padre acarició el hombro de la carnicera y el tío dijo silbando voluptuosamente: “Eso me lo tendrás que dejar para ir a ver a las señoritas, se van a quedar de piedra, van a mear aceite…”. Y mi padre prosiguió, como un hipnotizador, pasando su mano con la nube lila sobre el pecho de la carnicera, encima de su corazón, y sus pechos se inflaban de placer, de admiración. “Cada sábado”, le dijo mi padre al oído, “vendré a ofrecerle masajes eléctricos si deja de beber, cada sábado…”, y la carnicera se levantó, estiró del pañuelo que le envolvía la cabeza, y una larguísima melena pelirroja se derramó, llegó casi al suelo, y Francin, al ver ese cuerno de la abundancia de cabello, empezó a temblar… Entonces le pidió a la carnicera que le aguantase su aparato, él cogió el amplísimo delantal de carnicero, envolvió en él a la carnicera que, además, ahora estaba vestida de su melena, y mi padre cogió aquel pelo y lo derramó alrededor del cuerpo de ella, parecía un albornoz confeccionado de pelo… y mi padre la sentó, tomó un peine de neón y lo pasó por su larguísimo cabello, pasado de moda, y la carnicera dejó caer la cabeza atrás y cerró sus ojos y solo se oían las chispas y la lluvia amorosa del peine en su pelo…
                 Pg. 94, La pequeña ciudad donde se detuvo el tiempo, Bohumil Hrabal
 

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