Antes de escribir no sabemos nada de lo que vamos a escribir.
Y con total lucidez. Es lo desconocido de sí, de su cabeza, de su cuerpo.
Escribir no es ni siquiera una reflexión, es una especie de facultad que se
posee junto a su persona, paralelamente a ella, de otra persona que aparece y
avanza, invisible, dotada de pensamiento, de cólera, y que a veces, por propio
quehacer, está en peligro de perder la vida. Si se supiera algo de lo que se va
a escribir, antes de hacerlo, antes de escribir, nunca se escribiría. No
valdría la pena. Escribir es intentar saber qué escribiríamos si escribiésemos
– sólo lo sabemos después- antes, es la cuestión más peligrosa que podemos plantearnos.
La escritura: la escritura llega como el viento, está desnuda, es la tinta, es
lo escrito, y pasa como nada pasa en la vida, nada, excepto eso, la vida."
Margarite Duras
Seguramente no os sonará el nombre de Amanda McKittrick Ros,
una autora que vivió entre 1860 y 1939, pero en ciertos círculos esta señora se
convirtió en una leyenda. De ella hablaban J. R. R. Tolkien, Aldous
Huxley y Mark Twain. De hecho, el grupo literario de Oxford
conocido como The Inklings (Tolkien, C.
S. Lewis y compañía) solía convocar concursos de lectura, donde ganaba
aquel que pudiera leer en voz alta obras de McKittrick Ros durante más tiempo sin
desternillarse de risa. Del mismo modo, se puso de moda en los salones de
Londres de la época celebrar fiestas dedicadas a los libros de la irlandesa McKittrick,
donde los participantes se disfrazaban de sus personajes e intentaban hablar
como estos (algo, por otra parte, imposible).
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