Hice girar su puerta y en el primer momento no comprendí de
qué se trataba, pues lo que contenía, en lugar de fulgir, era opaco y despedía
apenas una claridad de marfiles. Luego retrocedí, ahogando un gemido., En los
estantes se exhibía una exposición macabra: cráneos, huesos, trazas de piel humana,
sórdidos andrajos arrebatados tal vez de las tumbas, frascos rebosantes de
dudosos líquidos. El esqueleto de un sapo, colgado de una hebra, se balanceó
suavemente. Recordé que le había oído contar a Nencia que algunas cortesanas
recibían de las hechiceras esos despojos horribles, con los cuales fabricaban
sus filtros de amor…
Ruggiero rescatando a Angelica, por Jean Auguste Dominique Ingres (1819).
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