… En mi negocio, hay un tiempo para hacer preguntas y un
tiempo para dejar que tu hombre hierva a fuego lento hasta que se ablande del
todo. Eso lo sabe todo buen policía. Es un buen asunto, como el ajedrez o el
boxeo. Hay gente a la que tienes que presionar y hacerles perder el equilibrio.
Y otras con las que sólo boxeas, y terminan golpeándose a sí mismas.
Pg. 37
“El largo adiós”, Raymond Chandler
Conciencia existencia del por qué se busca la justicia
En la novela negra el mal toca al ser humano
La verdad
es una imposición del poder, sostiene Foucault, el filósofo que viene a
cuestionar el problema del poder como ningún otro, pero la denuncia inicial
proviene de Nietzsche, su maestro, cuando plantea aquella frase que hace
trastabillar a la diosa razón “No hay hechos, hay interpretaciones.”, y
prenuncia, en consecuencia, que la verdad es una conquista del poder. Sin
embargo, Raymond Chandler desarma en esta novela terminantes afirmaciones,
mediante la honestidad y el idealismo extremo de su detective, y también de
otros policías, como el propio Olhs, quien es capaz de emitir juicios y
denuncias sorprendentes, que denotan una moralidad indiscutible: “Detesto a los
jugadores –dijo con voz áspera- Los detesto tanto como a los traficantes de
drogas. Transmiten una enfermedad que corrompe a la gente, igual que la droga.
¿Crees que esos palacios de Reno y Las Vegas son centros de diversión inocente?
Una de mis peculiaridades y dificultades como escritor es
que no descarto nada. No puedo pasar por alto el hecho de que tenía una razón,
un sentimiento para empezar a escribirlo, y que me voy a hundir si no lo agoto.
Otra de mis particularidades (y en esta creo de manera ferviente) es que no se
sabe realmente dónde está la novela de uno hasta que se ha escrito el primer
borrador. Considero así al primer borrador como la materia en bruto. Lo que en
él parece tener vida es lo que va bien en la novela. Una buena novela no se la
inventa, se la destila. Con el transcurso del tiempo, no importa cuan poco se
hable o aun se piense en ella, lo más perdurable de la literatura es el estilo,
y el estilo es la inversión más valiosa que un escritor puede hacer de su
tiempo. Su retribución es lenta, su representante se va a burlar de él, su
editor la va a entender mal, y hará falta gente de la que no haya oído jamás
para convencerlos gradualmente de que el escritor que deja huellas individuales
en su forma de escribir representará siempre una ganancia. No puede lograrse
por medio del ensayo repetido de la personalidad, y hay que tener una
personalidad antes de poder proyectarla. Pero admitiendo que se la tenga, sólo
se la puede proyectar sobre el papel pensando en otra cosa.