lunes, 24 de septiembre de 2012

Cumbres borrascosas

 
De Alejandro Díaz Castaño:
Wuthering Heights (Andrea Arnold)
No soy particularmente admirador del trabajo anterior de Andrea Arnold, cuya forma de dirigir había encontrado hasta ahora más aparente que otra cosa. Quizá por ello su adaptación de la novela de Emily Brontë haya constituido para mí una de las más agradables sorpresas de la Sección Oficial de este año. La británica ha arriesgado mucho con la desnudez del planteamiento de su película, que apuesta por diálogos mínimos, elipsis despiadadas, trabajo de cámara radical, fotografía brumosa de gran inmediatez, y un diseño de producción magnífico precisamente por su renuncia a lo ornamental. La historia de Heathcliff y Catherine permite además una lectura en relación al momento histórico en el que nos encontramos, a través de la perplejidad, de las premoniciones del abismo que anuncian algunas de sus inquietantes imágenes (cf. esos perros ahorcados que remiten a Pasión -En passion, Ingmar Bergman, 1969-, con la que el film de Arnold comparte atmósfera nebulosa, enfermiza y sensual a un mismo tiempo). También hay en ella brillantes secuencias musicales: las canciones que Catherine entona por petición de su familia y ayudan a mitigar el miedo y la desazón. Su planteamiento de ribetes terminales, con las emociones entremezclándose de forma fugaz y el tiempo escurriéndose entre los dedos de los personajes, cuerpos torturados, patéticos, que se mueven entre tinieblas, acercan la película a The Turin Horse (A Torinói ló, 2011, Béla Tarr), pues a ambas se podría aplicar las sabias palabras que Àngel Quintana dedicó (en Facebook) a la obra del cineasta húngaro: “Es obscura, apocalíptica, pero acaba remitiendo a todo nuestro mundo: la crisis, el miedo al otro, la soledad, el abandono de Dios, la ausencia de futuro”.

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