… Lisa- dijo-. Hay manos…
Lisa se detuvo de nuevo. Estaban en un claro iluminado por
la luz de la luna. Junto a cada abedul, muy pegados al tronco, había un hombre o
una mujer. Se mantenían separados entre sí, y cada uno de ellos se aferraba a
su propio árbol. Entonces todos ellos volvieron su rostro hacia Lisa, manchas
blancas sobre una corteza blanquecina, y Dolly pudo ver que había muchos más
hombres y mujeres, repartidos por lo más profundo del bosque-
-He venido, pero no puedo quedarme –dijo Lisa-. Todos
vosotros habéis venido por mí, lo sé. Pero yo no puedo quedarme. Como veis, he
tenido que traerme a esta niña conmigo. Nadie la creerá si cuenta lo que ha
visto aquí. Y si se acuerda, ya tendrá tiempo algún día de entender su significado.
Nadie respondió, nadie dijo nada. Nadie abandonó la
protección de loa árboles ni caminó hacia ellas. Lisa, sin abandonar su
habitual actitud serena y recogida, se volvió y tomó el mismo sendero por el
que habían venido, de regreso a la dacha. Dolly, muerta de cansancio, marchaba
penosamente tras ella. Cuando estaban a mitad de camino, pudo distinguir de
nuevo la conocida luz en la ventana de la
dacha…
El
inicio de la primaver, Penélope Fitzgerald
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