Y quizá ahora resultaba más emocionante el juego, porque yo,
olvidando el miedo, percibía en lo que suele llamarse la furia de los elementos
la plasmación de la tempestad que bullía en mi interior; tenía ante los ojos
mis propios sentimientos, incluso me sentía protegido, como si aquello no fuera
más que una escenografía montada para mi diversión.
Un soberbio ejercicio de autosugestión, lo reconozco, pero
¿por qué no iba a sentirme yo protagonista de aquella majestuosa tempestad, si
hacía semanas que no pensaba sino en que tenía que quitarme la vida como fuera,
y qué más en consonancia con mi estado de ánimo que este mundo enfurecido y
encerrado en su propia oscuridad que, con toda su energía destructora, no sólo
no podía extinguirse a sí mismo sino ni siquiera infligirse daño alguno, ya que
tenía sobre sí tan poco poder como yo sobre mí?
Libro
del recuerdo, Péter Nádas
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