Si Ulises y Eumeo existieron alguna vez, si posaron sus
manos en estas mismas piedras, no importaba; lo importante era que ellos, estos
lectores tardíos que pronunciaban esas palabras en un idioma que el poeta nunca
llegaría a conocer, se habían convertido en parte de su tejido, aunque no
aparecieran en el mismo. Por eso eran las piedras, el sendero, los que hacían
mágico ese paisaje, y no al revés. Son instantes en los que se perpetúa el
ahora, en los que esa anciana que esta a lo lejos con las cabras es Euriclea, y
en los que ella quisiera contar una vez más cómo regresó a casa el héroe, cómo
fue ella quien le reconoció y cómo había viso partir al hijo, descendiendo por
el sendero hacia el puerto un día como éste y, por tanto, este día es el día de
ellos, porque un poema no se habrá acabado hasta que no lo haya leído o
escuchado el último de los lectores…
El día
de todas las almas, Cees Nooteboom
No hay comentarios:
Publicar un comentario