… Palpó la pared a su espalda en busca de no sabía qué: una
puerta que no existía o una madre que lamiera sus heridas. Las llamas
iluminaron el interior de la torre y la esperanza atravesó su cuerpo en todas
direcciones, al distinguir una estrecha sombre vertical justo enfrente de su
posición. Pensó que podría ser una ventana o la hornacina de un santo a media
escalera, como las que había en el ascenso al camarín del Cristo de su pueblo.
Se giró sobre su exiguo peldaño y palpó la
pared a su espalda en busca de asideros. Había socavones y grietas por
todas partes. Encajando las manos en los agujeros consiguió avanzar sobre los
restos de peldaños o sobre los huecos que éstos habían dejado en el muro al
desprenderse. En un tiempo cuya medida ya no controlaba, alcanzó la sombra. Una
saetera cegada que se abría paso hacia el exterior a través del muro. Se
acuclilló sobre el alféizar triangular e introdujo sus manos entre las piedras
con las que habían tapado la muesca. El humo acumulado en el interior del tubo
estaba llegando hasta su posición. Consiguió sacar un par de rocas, que cayeron
sobre el fuego porque la angustia le impedía controlar con precisión sus
movimientos. Por suerte para él, el alguacil fumaba tranquilo, separado de la
puerta, y sus hombres conversaban en la distancia esperando la caída de un
cuerpo, no la de una piedra…
Intemperie,
Jesús Carrasco
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