Pero la aportación más importante se debe a la mano de
Carlos Giménez. Hablaba antes de El Jinete Fantasma y de El Puma. Dos series
que son punto de referencia indiscutible en la historia del cómic español. De
dos autores, Ambrós y Boixcar, a los que nadie puede discutir su maestría. Y
sin embargo, una lectura actual nos hace ver su pobreza gráfica. No existen
fondos, los personajes son esquemáticos y planos, casi estáticos, no existe el
menor rigor en la reproducción de paisajes, vestuario y mobiliario de la época,
no hay ningún tipo de planificación ni de montaje, se utilizan casi siempre
planos medios o planos generales cortos y un montón de posturas inverosímiles que
solo se justifican para lucimiento del dibujantes y para narrar una aventura en
la que la acción desempeña el papel de protagonista, pese a que los textos de
apoyo son abusivos.
Aquí está el cambio radical introducido por Carlos Giménez
que, pese a su joven edad y a su escasa formación, entonces, tenía un sentido
innato de la planificación y un dominio magistral de las formas narrativas
apropiadas. Un ritmo y una planificación más cercanos a las que utiliza el cine
que a los de los tebeos clásicos. El acierto de Gringo está en su estructura
narrativa, sus atrevidos encuadres, su planificación, ritmo, montaje,
iluminación, sus fondos, el verismo de sus ambientes y sus dibujos. Es cierto
que, quizás a causa de su juventud y a su traumática niñez, Carlos dulcifica
las historias hasta extremos increíbles. Su maestro López Blanco, el dibujante
de Las aventuras del F.B.I. señalaba que el oeste de Giménez era un oeste de
cuentos de hadas porque en lugar de buitres pintaba pajaritos…
Antoni
Segarra
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