sábado, 2 de febrero de 2013

Gringo

Pero la aportación más importante se debe a la mano de Carlos Giménez. Hablaba antes de El Jinete Fantasma y de El Puma. Dos series que son punto de referencia indiscutible en la historia del cómic español. De dos autores, Ambrós y Boixcar, a los que nadie puede discutir su maestría. Y sin embargo, una lectura actual nos hace ver su pobreza gráfica. No existen fondos, los personajes son esquemáticos y planos, casi estáticos, no existe el menor rigor en la reproducción de paisajes, vestuario y mobiliario de la época, no hay ningún tipo de planificación ni de montaje, se utilizan casi siempre planos medios o planos generales cortos y un montón de posturas inverosímiles que solo se justifican para lucimiento del dibujantes y para narrar una aventura en la que la acción desempeña el papel de protagonista, pese a que los textos de apoyo son abusivos.
Aquí está el cambio radical introducido por Carlos Giménez que, pese a su joven edad y a su escasa formación, entonces, tenía un sentido innato de la planificación y un dominio magistral de las formas narrativas apropiadas. Un ritmo y una planificación más cercanos a las que utiliza el cine que a los de los tebeos clásicos. El acierto de Gringo está en su estructura narrativa, sus atrevidos encuadres, su planificación, ritmo, montaje, iluminación, sus fondos, el verismo de sus ambientes y sus dibujos. Es cierto que, quizás a causa de su juventud y a su traumática niñez, Carlos dulcifica las historias hasta extremos increíbles. Su maestro López Blanco, el dibujante de Las aventuras del F.B.I. señalaba que el oeste de Giménez era un oeste de cuentos de hadas porque en lugar de buitres pintaba pajaritos…
                Antoni Segarra

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