-El pasado no tiene átomos –había dicho Arno-, y todo
monumento es una falsificación, y todo nombre en ese monumento no conmemora a
alguien, sino la ausencia de alguien. El mensaje es siempre que podemos ser
prescindibles, y ésa es la paradoja de los monumentos, porque afirman lo
contrario. Los nombres se oponen a la verdadera realidad. Sería mejor si no los
tuviéramos.
Arthur había percibido un extraño catastrofismo en esas
palabras y, como tantas veces, no estaba seguro de haber comprendido bien a
Arno. Arno gozaba del don de la palabra. Comparados con los de él, sus propios
pensamientos tenían casi siempre la velocidad de un gusano. No era que recelara
de la elocuencia, él sencillamente necesitaba siempre mucho más tiempo. Si no
tenías nombre, existías sólo como especie, igual que las hormigas o las
gaviotas…
El día
de todas las almas, Cees Nooteboom
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