Me hablan de
sistemas de compras que no entiendo. Son cuestiones on line. Hay empresas que
recogen bonos o puntos, no sé muy bien en qué consiste, el caso es que uno
puede ir a un spá, por ejemplo, por tres euros, o comprar un jamón por veinte.
Son cosas del homo que consume y disfruta por un módico precio lo que se le
oferte mientras grita como Catón el censor en el senado romano, Carthago
delenda est! (¡Cartago debe ser destruida!)
Se trata de un
sistema que conlleva tiempo. Un tiempo en el ordenador, un tiempo para las
compras, entre correos chistosos e imágenes idiotas.
Mi caso es otro.
Alguien va a una bodega “diferente”, me informa de lo que allí hay y encargo
unas botellas de vino. Me digo que serán para las grandes ocasiones o sólo para
las ocasiones. Me pregunto ¿Las habrá?
¿Tendré amigos o situaciones que lo requieran en los próximos años? Sólo son
seis botellas pero… no me imagino compartiendo con demasiadas personas un texto
como el que sigue:
“Salirse de ese vocabulario restringido de lo que la
sociedad considera sensato y bueno para entrar a uno más vasto, más rico y,
sobre todo, más ambiguo es aterrador, porque este otro mundo de palabras no
tiene fronteras y equivale a pensamiento, emoción, intuición. Este vocabulario
infinito está abierto a nosotros si nos tomamos el tiempo y hacemos el esfuerzo de explorarlo, y
en nuestros muchos siglos ha forjado palabras de la experiencia a fin de darnos
el reflejo de esa experien cia, de permitirnos entender el mundo y a nosotros
mismos. Es más grande y duradera que la
bilioteca ideal d ePinocho de dulces porque la incluye, metafóricamente, y
puede llevar a ella, concretamente, al permitirnos imaginar formas en las que
podemos cambiar una sociedad en la que Pinocho se muere de hambre, es golpeado
y eplotado, le es negada su condición de niño, y se le pide que sea obediente y
feliz en su obediencia. Imaginar es disolver barreras, ignorar fronteras,
subvertir la visión del mundo que nos ha sido impuesta…
“Cómo
aprendió a leer Pinocho”, Alberto Manguel
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