domingo, 19 de agosto de 2012

Jonás

Verme como un apestado o alguien que encuentra consuelo en los libros. Una sobredosis de Manguel te puede llevar en parihuelas de uno a otro lugar, de lo apestado a lo iluminado. Conversar con los libros es otra manera de pasar las horas. Si alguien no me toma por alguien que además de leer, escribe, no puede estar cerca de mí. Ahí radica mi distanciamiento.
No sabía que el profeta Jonás fuera un cabezota. Jonás se negaba a ir a Nínive porque pensaba que sus habitantes se arrepentirían y Dios les perdonaría sus pecados en un pis pas. Por eso no quería ir allí. Se embarcó hacia Tarsis, fue arrojado al mar en medio de la tempestad para poner remedio al más que probable naufragio y a los tres días volvió a la superficie tras haber vivido en el interior de un gran pez. Otra vez Dios le insistió, debía ir a Nínive y así hizo anunciando su destrucción si las cosas no cambiaban. Y ocurrió lo previsto, se arrepintieron, y borrón y cuenta nueva. Entonces fue al desierto. Dios le plantó un árbol para que le diese sombra, luego le secó. Jonás, terco, se enfureció y Dios no entendió que se pusiera así por ese árbol y no por Nínive y sus ciudadanos. Fin de la historia.
Jonás era un gran tipo.

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