jueves, 30 de agosto de 2012

final del verano

Hacía tiempo que no le veía. Se acababa de sentar en el banco de la iglesia. Al remanso. Sus muñecas estaban ocultas tras numerosas pulseras. El tiempo ha pasado. Era el tonto que nunca fue tonto. Allí estaba, sólo. Crucé algunas palabras por cortesía y nos despedimos.
No había dado dos pasos cuando vi al único niño que vive allí durante el invierno. Llevaba dos ladrillos atados a la bici. No hacía mucho había recordado el chiste del loco que paseaba un ladrillo atado con una cuerda como si fuera un perro. Ahora eran dos ladrillos. Estaba arando, me dijo el niño. Dos ladrillos atados con una cuerda, una bicicleta y el único niño que espera el invierno en aquel lugar.

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