miércoles, 17 de abril de 2013

Dylan Thomas, ese rival difunto

Dylan Thomas fue el tipo de quien he tenido más celos hasta hoy, pensó el psiquiatra abandonando el automóvil a la sombra protectora de un autobús de turistas, cuyo conductor explicaba a un taxista maravillado los méritos íntimos de las francesas de cierta edad, capaces de volver el coito leve y de fácil digestión como un soufflé de espárragos. Odié desesperadamente a Dylan Thomas y los poemas tumultuosamente convincentes con los que ese gordo borracho pelirrojo viajaba contigo a países interiores a los que yo no tenía acceso, vecinos de los sueños de los que me llegaban ecos atenuados a través de las palabras sueltas que masticabas con un éxtasis de sirena náufraga. Odié a Dylan Thomas sin que lo supieses siquiera, dijo el médico caminando sobre el césped húmedo de la noche hacia el combés del Casino y sus tripulantes disfrazados de caballerizos majestuosos cambiando ceniceros con gestos lentos de vestales, odié a ese rival difunto venido de la neblina de las islas del norte con una sonrisa de corsario pensativo en las mejillas inocentes, ese cabrón galés que reventaba los gruesos diques del lenguaje con venteadas frases llenas de campanas y de crines, ese amante de espuma, ese fantasma con pecas, ese hombre que vivía en una botella de whisky como los barcos de los coleccionistas, ardiendo en su llama de alcohol con dolorosa gracia de fénix refractaria…
                Pg. 134 Memoria de Elefante, Lobo Antunes

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