domingo, 7 de abril de 2013

Perry Mason, ecuaciones de segundo grado, existir solo en el pasado

 
-Hola –dijo el médico en el tono con que Picasso debió de haberse dirigido a su paloma.
Las cejas de la muchacha pelirroja se juntaron una con otra hasta formar el acento circunflejo del tejado de un quiosco que las ramas de plátano de los mechones sueltos tocaban levemente:
-No sabía yo que los dolores de muelas hablaban –dijo ella. Tenía el timbre de voz que uno imagina en Marlene Dietrich en su juventud.
-No me duele ninguna muela porque las tengo todas postizas –informó el médico-. Solo vengo a cambiarlas por barbas de tiburón para tragar mejor los peces del acuario de mi madrina.
-Yo he venido a asesinar al dentista –declaró la muchacha pelirroja-Acabo de descubrir la receta en Perry Mason.
En la etapa del instituto resolvías exactamente en un santiamén las ecuaciones de segundo grado, pensó el psiquiatra, a quien asustaban las mujeres pragmáticas: su dominio había sido siempre el del sueño confuso y divagante, sin tabla de logaritmos que lo descodificase, y le costaba hacerse a la idea de una ordenación geométrica de la vida, dentro de la cual se sentía desorientado como hormiga sin brújula. De ahí su sensación de existir solo en el pasado y de que los días se deslizasen marcha atrás como los relojes antiguos, cuyas agujas se desplazan al revés en busca de los difuntos de los retratos, lentamente aclarados por el resucitar de las horas…
     Memoria de elefante, Lobo Antunes

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