-Estoy tocando el fondo del fondo –continuó el
psiquiatra-, y no
estoy seguro de poder salir de este barrizal. Ni siquiera
estoy
seguro de que haya alguna salida para mí, ¿entiendes? A veces oía
hablar
a los pacientes y pensaba en cómo aquel tipo o aquella tipa
se metían en el
pozo y yo no veía la forma de sacarlos de ahí
debido al poco alcance de mi
brazo. Como cuando de estudiantes
nos mostraban a los cancerosos en las
enfermerías aferrados al
mundo por el ombligo de la morfina. Pensaba en la
angustia de
aquel tipo o de aquella tipa, sacaba remedios y palabras de
consuelo de mi espanto, pero nunca pensé que un día llegaría a
engrosar esas
filas porque yo, joder, tenía fuerza. Tenía fuerza
: tenía mujer, tenia hijas,
el proyecto de escribir, cosas concretas,
boyas para mantenerme a flote. Si la
ansiedad me acuciaba un
poco, por la noche, ¿sabes?, iba a la habitación de las
niñas, a
aquel desorden de trastos infantiles, las veía dormir, me serenaba:
me
sentía apuntalado, ah, apuntalado y a salvo. Y de repente,
carajo, mi vida se
volvió del revés, me vi como una cucaracha
patas arriba, sin apoyos…
Lo que desde el principio quise darle, quiero darle,
la ternura,
¿entiendes?, sin egoísmo, la vida cotidiana sin rutina, la entrega
absoluta de un vivir compartido, total, cálido y sencillo como un
polluelo en
la mano, animal pequeño asustado y trémulo,
nuestro…
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