En una recopilación reciente (Les idées des autres), Simon
Leys exhumaba y subrayaba una frase de Thomas Mann: “Un escritor es un hombre
que, más que cualquier otro, es de la opinión que resulta difícil escribir”. En
lo que a mí se refiere, a menudo cito las palabras de Blaise Cendrars (en El
hombre fulminado): “Escribir es quemarse vivo, pero también es renacer de las
cenizas”. Y, más aún, las de León-Paul Fargue, que fueron encontradas un día,
traducidas poco tiempo después y nunca recobradas: “Escribo para poner en orden
mi sensualidad”. Dos modos de mostrar que la escritura procede de la alquimia:
transmutar el plomo en oro, el afecto en palabras. O más aún, para medir la
distancia entre el pragmatismo del ambicioso chupatintas y la inquietud del
auténtico escritor me acuerdo de la humilde confesión de Claude Roy: “Escribo
para poder leer lo que no sabía que iba a escribir”.
Pg. 36
y 37 “La sabiduría del editor”, Hubert Nyssen
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