Iolanda, te quiero. Te quiero en tu imposibilidad de comer
dulces que transformas en una decisión personal, en una deliberación activa,
quiero las pupilas que comienzan a empeñarse con cataratas, los riñones que
sufren en silencio, la protesta del páncreas. Te quiero con la infinita
extasiada piedad de la pasión, te quiero cuando sudas en tu sueño, y yo bebo
cada gota de ti recorriéndote poro a poro con la avidez de la lengua.
El
orden natural de las cosas, Lobo Antunes
Solo nos queda cantar frente a la muerte. He visto un sillón
que tiene más de trono, un asiento para que mi excéntrica condición resulte
grata a la muerte. Para esperarla tomando un té o un bourbon. Para leer a Lobo Antunes
y no a Leopoldo Abadía, de quien me vomitaron ciertas extravagancias alejadas
de cualquier teoría, escritas en su libro la crisis Ninja. Extenderse más allá de sus posibilidades, con un programa o un libro, no conocer los límites o rendirse a ser un producto y no un pensador, tiene estas cosas.
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