El médico al que se acude normalmente a revisión se comporta
con la misma rutina inaccesible de costumbre. Comprueba unos marcadores tumorales
que le llaman la atención pero les desecha porque no son de su incumbencia. Lo
suyo son otras cosas y lo dice bien claro. A la hora de expender recetas no
pone ningún impedimento, unas para el corazón y otras para lo que sea. La
atmósfera también es rutinaria, el despacho antiguo, careado como su rostro y
el de su mujer que hace de enfermera ajena a todo, en otro mundo. Lo único que
no parece tan ordinaria es la despedida. Esta vez no dice el siguiente o adiós.
Esta vez se limita a decir la fecha de revisión y una coletilla a la que no nos
tiene acostumbrados: si Dios quiere. No ha terminado de decir la frase y ya está
mirando al ordenador. El paciente recoge los bártulos y se conforma con un ir
tirando, así lo dice, bueno, a ver si vamos tirando. Todo parecen prórrogas y
penaltis. Ya sabemos quien tirará el de cada cual y quién fallará el último.
No hay comentarios:
Publicar un comentario