Demócrito: Nada viene de la nada, nada se pierde
Gert Jonke
Los amantes de los héroes solían ir por todo el
mundo con ellos, y estaban en todos los ejércitos y en todos los barcos, pero
nunca nos enteramos lo suficiente de sus obras, pues en las historias se dan
por descontadas. Fueron a las cruzadas y fueron con los ejércitos griegos a
sitiar Troya, y, a medida que iban envejeciendo, a lo largo de los años, fueron
regresando a Grecia, y entonces las sustituyeron otras más jóvenes. Marcharon
con los Diez Mil de Jenofonte y debieron de emborracharse con la miel de
Trebisonda, y marcharon por Francia con nuestro ejército durante la guerra de
los Cien Años, y con el ejército de Wellington por la península Ibérica, donde
gustaron mucho a los soldados españoles y portugueses, y con las tropas
realistas durante nuestra guerra civil: pero a Cromwell no le gustaron en
absoluto y mandó acabar con ellas. Algunas de ellas llegaron a Gran Bretaña con
los romanos y los sajones y los jutos y los vikingos y los normandos, pero no
fueron suficientes, así que se echó mano de las mujeres británicas para
completarlas. De ahí que seamos una raza mestiza. Sí, pensé, las mujeres han
ido a todas partes con los ejércitos, diligentemente, pues los soldados
necesitan amor; pero ahora a las mujeres que van con los ejércitos no se las
anima a ser tan diligentes; forman parte del cuerpo militar y se las llama Ats
y Wrens y Waafs y Wracs y se las retiene tras la línea de fuego, y se las
convierte en apenas un pequeño consuelo para los soldados, aunque estos aún
necesiten amor.
Pero los argonautas andaban por la costa del Ponto
con sus mujeres, y comían cerezas maduras, y almendras, y descansaban en los
tupidos bosques a las orillas de los ríos, agotados por el mal turco, y por
toda aquella navegación póntica, atravesando mares encrespados que se
bamboleaban como un camello, y, aunque Jasón anhelaba la Cólquide y el
vellocino de oro tanto como yo anhelaba el golfo de Alejandreta, que estaría en
calma, azul, tibio y repleto de barcos, en uno de los cuales estaría mi amor,
Jasón también había descansado, como descansaba yo durante la canícula, picada
por los mosquitos, en un profundo bosque a orillas de un río, dejando pasar el
tiempo.
Las torres de Trebisonda, Rose Macaulay
Y algunas novelas:
El encantador, Nabokov y la felicidad, de Lila Azam
Zanganeh. Editorial El duomo.
No leer, de Alejandro Zambra. Alpha Decay
La escuela del virtuoso, de Gert Jonke. Ediciones
del Subsuelo
El mal del ímpetu, de Iván Goncharov. Editorial
Minúscula.
Cómo se escribe una vida, de Michael Holroyd.
Editorial La Bestia Equilátera.
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