Su dicción era enfática, el conjunto de su cuerpo corpulento
se movía en correspondencia con la argumentación, sus manos se agitaban por el
espacio para ahuyentar las quimeras que pudieran estropear su razonamiento
antes aun de que los demás las hubieran visto. Ya hablara sobre el gnosticismo
de Hitler, ya sobre la reforma ortográfica, ya sobre la grandeza del trabajador
en Jünger, las delicias de la carpa empanada o los lados oscuros de Proust, ya
fuera el tema arriesgado o hilarante, serio o superficial o hermético, la
estrategia era casi siempre la misma: una perfecta utilización del lenguaje,
del matiz de las palabras, de la musicalidad, de prestos y andantes, del fuego
de ametralladora de los staccati, hasta llegar a esa última arma de la
retórica, el silencio cuidadosamente colocado en su justa medida, y así los dos
neerlandeses, que sólo habían venido a pedir prestado un coche para su primera
excursión juntos, fueron sumergidos dentro de ese color a mitad de camino entre
el amarillo y el rojo que, naturalmente, no en vano era el color emblemático de
su casa real. Como en una montaña rusa fueron transportados desde el oro
celestial hacia el rojo ctónico, del amarillo azafrán de los monjes budistas
hacia el naranja que debía de haber llevado Dioniso, y por tanto también de la
fidelidad hacia la infidelidad, de la lascivia hacia la espiritualidad, y
así,según Arno, hacia todo lo que era emocionante.
El día de todas las almas, Cees Nooteboom
¿Qué hacía realmente? ¿Qué había de característico en lo que
hacía? ¿Qué habría dicho él si ella no hubiera salido corriendo? Que él dividía
el mundo en un mundo público, que casi siempre estaba relacionado con personas
y lo que hacían o, mejor dicho, lo que se hacían unas a otras, y otro en el que
el mundo, tal y como él lo llamaba, pertenecía a sí mismo. No es que en ese
segundo mundo no hubiera personas, pero si las había, eran pesonas sin nombres
y sn voz. También por eso la mayoría de las veces sólo utilizaba partes de sus
cuerpos, manos o, como aquel día en el metro, pies; multitudes anónimas,
personas, masa. Por ese segundo mundo nunca se había interesado ningún cliente,
y también con razón, ya que esto sólo le pertenecía a él y debía guardárselo
para sí hasta que algún día llegase a tener una forma. Notate, había dicho
Arno, y esa palabra anticuada para noticias sí que le había gustado. Al hacerlo
se convertía en una especie de notario, un contable que se presentaría alguna
vez, o nunca, con su suma infinita. Todavía no tenía claro si ese primer mundo,
el de los trabajos por encargo, tendría un lugar dentro del segundo…
El día de todas las almas, Cees Nooteboom
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