HUNDO la mano en la arena y encuentro la vértebra perdida.
La extravío al instante. Sombra de marfil, desangrada. Mi padre sonríe. De este
lado del mar la espuma es oscura. Huele a fiera me dice la pequeña amiga. El
mar huele a vida y a muerte le respondo. Supongamos que es así.
La salud aferrada a la roca. Piedra sensible a la luz. El
cazador carece de manos y pies. Es ciego y desea. Y su deseo es el bosque bajo
el agua, poblado de sexos en flor o de flores maestras que horadan el silencio
con sus grandes picos rojos y lentos.
Blanca Varela
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