… Le asombraba que aquellos seres mercantes, siempre fieles
a la buena educación, dueños de carpetas obesas que llevaban dentro el secreto
capaz de transformar a jorobados raquíticos en campeones de triple salto, le
dedicasen en abundancia atenciones de Reyes Magos portadores de preciosas
ofertas de calendarios de plástico a favor de los preservativos antisífilis
Donald, el enemigo público número uno del crecimiento demográfico, suave al
tacto y con una corona de pelitos afrodisíacos en la base, de juegos de ajedrez
en cartulina elogiando discretamente en todas las casas los méritos del jarabe
para la memoria Einstein (tres sabores: fresa, piña y filete de lomo), y de
pastillas efervescentes que frenaban las diarreas pero soltaban las riendas de
la acidez, obligando a los enfermos de los intestinos a preocuparse por los
ardores de estómago, maniobra de distracción con que lucraban las botellitas de
agua mineral bebidas a pequeños sorbos terapéuticos en las barras de las
cafeterías. Los doctores se desprendían de sus encerronas feroces tambaleando
bajo el peso de prospectos y de muestras, ebrios de discursos erizados de
fórmulas químicas, de posologías y de efectos secundarios, y varios caían
exhaustos después de avanzar treinta o cuarenta metros, desparramando a su
alrededor los perdigones de píldoras del último suspiro. Un criado indiferente
barría sus restos clínicos hacia la fosa común de un cubo de basura abollado,
farfullando baladas fúnebres de sepulturero.
Memoria
de elefante, Lobo Antunes
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