domingo, 17 de marzo de 2013

¿qué cosa puede ser más realista que la afirmación visual de que una película es una película?

Todos estamos familiarizados con algunas de las modalidades del realismo. Nada de música de fondo. Actores no profesionales. Mala banda sonora. Énfasis en los exteriores. Preocupación por los problemas sociales de las clases inferiores. Blanco y negro, pantalla pequeña y abundancia de montaje. Sobre todo, las películas realistas deben fingir que no son películas, ino documentos impersonales de la realidad. Godard ha quebrantado la mayor parte de esas reglas en una u otra ocasión. Sus personajes están obligados a mirar al público (y a la cámara) de vez en cuando, para recordarnos que estamos viendo una ilusión artificial. Anna Karina, la Galatea de Godard, es la mayor culpable de eta modalidad y, de este modo, somos incapaces de evitar la conclusión de que Godard está haciendo el amor con su cámara. Sin embargo, como diría Godard, ¿qué cosa puede ser más realista que la afirmación visual de que una película es una película? Y más moderno también…
Sin embargo, mirar a la cámara no es el único índice del realismo de Godard. Lo que confiesa Godard en cada metro de filme que nos presenta es su propio punto de vista y su responsabilidad moral. Mirad, dice, Este filme no ha sucedido por casualidad. Yo hice que sucediese, y lo hice suceder aquí y ahora. Cada uno de mis filmes es una página de mi diario, el diario de un artista, crítico y periodista. Cada filme, por muy ficticio y remoto que sea el tema, es un documental de mi estado de ánimo en el momento en que lo hacía. En cierto sentido, esto siempre ha sido verdad…
… Brigitte Bardot, Fritz Lang, Jack Palance y Michel Piccoli flotan en un sueño determinista en el que la unidad del mundo de Homero (y de Lang) se desintegra ante nuestros ojos. El matrimonio de la Bardot y Piccoli se disuelve en una escena culminante de interiores y ropajes clásicos que reducen la elasticidad de la carne viviente. A fuerza de expresar únicamente la idea del desprecio, la Bardot llega a sentir esa emoción. A las relaciones modernas, defiende Godard, las destruyen las palabras que utilizamos para definirlas. La definición se convierte en disolución. Por el contrario, el arte de un Homero o un Lang consiste en una fe en el mundo tal como se nos presenta. Godard aparece en el filme como asistente de Lang; sin embargo está muy claro que Godard está de acuerdo con Moravia en la disolución de la personalidad moderna por el exceso de análisis. Gracias a la confianza que pon Godard en Le Mépris, se da cuenta de que le gustaría ser un artista íntegro como Lang, pero que no puede ser más que lo que es: la conciencia analítica del cine moderno…
                Entrevistas con directores de cine, Andrew Sarris. Entrevista con Godard

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