Las bibliotecas existían, pensó, para conservar cosas;
naturalmente, tenían que ver con el presente que, por lo demás, se transformaba
en pasado a cada minuto, pero la conservación era una manifestación de algo
diferente, una lucha enconada por que no se olvide ni el acontecimiento más
insignificante, y eso no podía ser otra cosa que instinto de supervivencia, una
negativa a morir. Si dejamos morir algo, lo que sea, del pasado, también nos
puede suceder lo mismo a nosotros, y eso sólo podía ser conjurado por este afán
de conserfación. Carecía de importancia si alguien quería estudiar alguna vez
las ramas colaterales de la nobleaza aragonesa del siglo X, o el registro civil
de Teruel, o el plano del puerto de Santa Cruz de Tenerife, lo importante era
que el pasado estuviera presente en algún sitio como pasado, y que de este modo
siguiera existiendo hasta que terminara la descripción del mundo, junto con el
propio mundo…
-Me llamo Elik.
Elik, nadie se llamaba así, por lo que a partir de ese
segundo no se hubiera podido llamar de otra forma. Elik, naturalmente. El
cuerpo que se llamaba Elik era de repetne Elik de pies a cabeza, el áspero
tejido de su pantalón vaquero gris oscuro: Elik, los claros ojos verdes
grisáceos: Elik.
-No había oído nunca ese nombre.
-Mi madre se equivocó en tres cosas. La primera en el hombre
con quien se fue a la cama: mi padre, la segunda porque se quedó embarazada y
no abortó, y la tercera en este nombre. Seguramente lo pilló como de pasada en
algún lugar y pensó que era un nombre de chica. Pero procede de más allá de los
Balcanes y es el diminutivo de un nombre masculino.
Esto ya no se podía calificar como la exploración de la zona
fronteriza. La frontera invisible, que había estado en algún lugar del medio de
la mesa, ahora estaba cerca de él. Era un asalto. Alguien había dicho
muchísimas cosas a la vez y las había dicho de tal manera que parecía no
concernirle. No sabía cómo reaccionar. Elik.
-Me parece un nombre bonito.
Silencio. Una persona que se sentaba así en la silla no
contestaba a ese tipo de cosas. Bonito, eso era obvio que también lo sabía
ella. No se le movió ni un pelo. Inmóvil, las manos sobre la mesa. Una mujer
como una emboscada. Otra vez una palabra fabulosa.
…
El día
de todas las almas, Cees Nooteboom
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