domingo, 3 de marzo de 2013

frontera invisible, emboscada

 

Las bibliotecas existían, pensó, para conservar cosas; naturalmente, tenían que ver con el presente que, por lo demás, se transformaba en pasado a cada minuto, pero la conservación era una manifestación de algo diferente, una lucha enconada por que no se olvide ni el acontecimiento más insignificante, y eso no podía ser otra cosa que instinto de supervivencia, una negativa a morir. Si dejamos morir algo, lo que sea, del pasado, también nos puede suceder lo mismo a nosotros, y eso sólo podía ser conjurado por este afán de conserfación. Carecía de importancia si alguien quería estudiar alguna vez las ramas colaterales de la nobleaza aragonesa del siglo X, o el registro civil de Teruel, o el plano del puerto de Santa Cruz de Tenerife, lo importante era que el pasado estuviera presente en algún sitio como pasado, y que de este modo siguiera existiendo hasta que terminara la descripción del mundo, junto con el propio mundo…
 


-Me llamo Elik.
Elik, nadie se llamaba así, por lo que a partir de ese segundo no se hubiera podido llamar de otra forma. Elik, naturalmente. El cuerpo que se llamaba Elik era de repetne Elik de pies a cabeza, el áspero tejido de su pantalón vaquero gris oscuro: Elik, los claros ojos verdes grisáceos: Elik.
-No había oído nunca ese nombre.
-Mi madre se equivocó en tres cosas. La primera en el hombre con quien se fue a la cama: mi padre, la segunda porque se quedó embarazada y no abortó, y la tercera en este nombre. Seguramente lo pilló como de pasada en algún lugar y pensó que era un nombre de chica. Pero procede de más allá de los Balcanes y es el diminutivo de un nombre masculino.
Esto ya no se podía calificar como la exploración de la zona fronteriza. La frontera invisible, que había estado en algún lugar del medio de la mesa, ahora estaba cerca de él. Era un asalto. Alguien había dicho muchísimas cosas a la vez y las había dicho de tal manera que parecía no concernirle. No sabía cómo reaccionar. Elik.
-Me parece un nombre bonito.
Silencio. Una persona que se sentaba así en la silla no contestaba a ese tipo de cosas. Bonito, eso era obvio que también lo sabía ella. No se le movió ni un pelo. Inmóvil, las manos sobre la mesa. Una mujer como una emboscada. Otra vez una palabra fabulosa.
                El día de todas las almas, Cees Nooteboom
 

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