Un hermano que aparece, aunque nunca estuvo desaparecido ni
fue lo que pintaron, un perdido.
Un macarra, con sus condecoraciones de oro, pulseras y
collares. Su coche rojo con el águila atrás. Un tipo que pide consejos al
mecánico mientras no tenga curre que le permita comprar otro coche. Un motero
de buen corazón, algo corto. Un tipo que cambia el aceite de la moto a duras
penas.
Un jubilado alimenta y ordeña a tres cabras. La santísima
trinidad embotellada. Las chivas comen de todo y dan leche de la buena, con
sabor.
Una dirección, una junta directiva, lo que sea, un cargo
cualquiera cae y otra ocupa su lugar. Perfidia, soberbia, ignorancia,
atrevimiento y otros cuantos defectos visten a los recién llegados. El ser
humano es inagotable.
En Cool memoriesBaudrillard escribe: "En el cenit de una
orgía, un hombre susurra al oído de una mujer: ¿Qué vas a hacer después de la
orgía?"
-Ya ve usted. Tengo cerca de cuarenta y siete
años y la nieve que empieza a cubrirme la cabeza me penetra un poco en el cuerpo
y hasta en el alma… Sí, sí. De día se me toma aún por un hombre joven; pero por
la noche, cuando estoy solo, mis resortes de energía flaquean… Sólo sirvo ya
para hacer solitarios, y la mayoría de los que me salen es porque hago trampas.
Respirar arte o construirse la sensación de que se respira
eso precisamente porque escucho a otros que hablan y venden su obra. Son
comerciales y hay tantos como personas diferentes. La creación es solitaria
pero no todo el proceso termina ahí. También hay que salir, charlar, venderse,
insistir, viajar, huir, volver.
Durante el fin de semana he olido. Me he cruzado con cinco
monjas a ritmo de cowboy. Una de ellas llevaba una guitarra enorme con la funda
negra llena de chapas a modo de pústulas. Cinco monjas de blanco bajo un sol de
verano, sin sombras alrededor. En la terraza, unos metros más allá, tomaban un
vino alegremente jóvenes y familias. En el monte más de lo mismo. Allí las
conversaciones no tienen nada que ver con el arte, ni con el retrato de Dorian
Gray ni con Brian the Brian. Son ejemplos, uno de tantos, a tantos de tantos de dos mil... Tantos como
personas.
Brian the Brian somos todos, unos más que otros. Nuestra
mente a flor de piel consigue migajas y el esfuerzo se paga caro. Mamá… mamá…
un tr-i-s-te… sue-ño… tu-ve… a-y-e-r… te… vi… en-ve-je-c-e-r…
La obstinación es un nervio que enhebra cada una de sus
sinapsis. Ha llegado con los años a una expresión tan depurada y exquisita, han
sido tantos los logros adaptativos derivados de ella… En ocasiones acierto a
vislumbrar la agitación de sus cromosomas, la respiración pautada en lo más
profundo de las células hidrópicas de estas gentes, cómo se debaten en una
misma sed y se emplean en la manufactura de cadenas proteicas alternativas para
satisfacer convenientemente la demanda de especie.
¿Qué es la literatura para Jon Obeso? El filtro a través del cual conozco y vivo las cosas. Es una frase hecha pero real, es mi filosofía de vida; puedo pasarme días sin escribir, pero luego me doy cuenta de que todo lo que he hecho mientras no escribía era para estar afinado para luego escribir. Y sobre todo, no he encontado todavía una forma más digna ni más eficaz para desaparecer. Por eso escribo, para desaparecer.
Las detonaciones, retornadas por los ecos del valle,
formaban un largo trueno, y sobre las colinas, entre aquel humo que parecía
emanar de los bosques, se divisaba el relampagueo de los cañonazos. Dos motos y
unos cuantos camiones pardos avanzaban despacio por la carretera y, en el
cruce, un grupo de soldados maniobraba con una pieza de artillería. También
había un oficial montado en un caballo blanco galopando arriba y abajo con el
sable desenvainado, caracoleando; un oficial montado en un caballo blanco.
Inicio de
“Antagonia”, de Luis Goytisolo
De la RAE:
antagonismo.
(Del gr. ἀνταγωνισμός).
1. m. Contrariedad, rivalidad, oposición sustancial o
habitual, especialmente en doctrinas y opiniones.
~ biológico.
1. m. Interacción
entre organismos o sustancias que causa la pérdida de actividad de uno de
ellos, como la acción de los antibióticos frente a las bacterias.
Ojeando un libro de segunda mano me leyeron algo de
sacudirse el polvo. Partir, no para viajar sino para eso, para sacudirse el
polvo. Esa frase era parte del prólogo mínimo con que se presentaba el libro,
un clásico de serie B. Uno más.
Color salmón. Amigos como salmones. Vida de salmón. Salmón
al Papillón, un plato como otro cualquiera que me recuerda a los años 90. El
mantel del restaurante también era salmón. Y el interior del ataúd. Sí.
He comprado dos birrias de libros por un euro cada uno.
Elvira Lindo “Lo que me queda por vivir” y otro de David Safier “Maldito
Karma”. Son caros si nos atenemos al contenido. Dicen que con el de Safier te
ríes. También dicen que Sofia Coppola ganó en Venecia con “Somewhere”. El
presidente era Tarantino, ex de Sofia.
Johnny: Miénteme. Dime que me has esperado todos estos años.
Dímelo.
Vienna: Te he esperado todos estos años.
Johnny: Dime que habrías muerto si yo no hubiese vuelto.
Vienna: Habría muerto si tú no hubieses vuelto.
Johnny: Dime que aún me quieres como yo te quiero.
Vienna: Aún te quiero como tú me quieres.
Johnny: Gracias (bebe). Muchas gracias.
“Johnny Guitar” Nicholas Ray
Vienna: Sólo hay dos cosas en el mundo que necesite un hombre de
verdad: una taza de café y un buen cigarrillo. Aquí abajo vendo whisky y
cartas. Todo lo que podéis comprar aquí arriba es una bala en la cabeza. ¿Qué
preferís?
La música es la respiración de la
inteligencia –dijo- . La mayor parte de las cosas están hechas de ruido, y
encontrar un instante de armonía es un milagro.
Pg.
192 La deuda, Felipe Hernández
Tomo nota, el efecto Hofmannsthal. ...
he perdido por completo la capacidad de pensar o hablar
coherentemente sobre ninguna cosa
Ansiaba
tener tiempo por delante para tomar de nuevo el arco y expulsar de sí el
continuo bordoneo de las notas graves de la melodía en su cabeza. Porque la
ausencia de música no engendraba silencio, sino una música más oscura,
distorsionada por sus sentidos y los ruidos de la realidad.
Pg.152 La deuda, Felipe Hernández
Y la muerte otra vez tocando alto sus
campanas. Y las obras y la clemencia de un tiempo sin anticiclones.
-No se confunda – cortó con firmeza Godoy-. Piense con la cabeza. La
vida de la inteligencia es austera. Un hombre inteligente no necesita placeres
ni viajes ni bienes, porque todo lo tiene en la cabeza. Dese cuenta, todas las
posibilidades humanas caben en un simple alfabeto o en una partitura musical.
Una mente lúcida no necesita perderse en el caos de la realidad, porque es
precisamente esa mente la que amuebla e infunde vida a una realidad que, de
hecho, no existiría sin su aliento. Rodearse de materia, desplazarse sin
dirección o cegarse cn una infinidad de imágenes sólo conduce a incapacitar
nuestras cabezas y a convertirnos en objetos inertes. Le diré algo: me temo que
las máquinas, los automóviles y las agencias de viaje se han creado únicamente para
suplir las deficiencias de gentes sin alma e intelectualmente tullidas. Y tengo
la certeza de que un hombre que necesite habitar una mansión o poseer bienes
suntuarios ha de tener por fuerza alguna tara. Yo no hago más que constatar
esas simples conclusiones, y me limito a mover las piezas…
-Observo
que pronuncia esa palabra con reticencia. Pero la usuara es la vida misma, el
movimiento de la vida. Es el mismo cuerpo el que crea un interés, o un residuo,
si así lo requiere. ¿Acaso no se corta usted las uñas y el cabello? Pues esas
uñas y ese cabello son el interés. Lo que usted llama usura.
Pgs.
139 y 140 de “La Deuda” de Felipe Hernández.
Oí como alguien avisaba en un entierro. Pude
haber llenado la furgoneta de curas para decir la misa. Oí cómo se quejaba un
tipo de que un alcalde pedáneo, a la sombra, había enviado un escrito de queja
al jefe de su empresa. ¿Con qué motivos? Si él había hecho lo de siempre, como
siempre y sin que nadie hubiera abierto la boca. Un caso parda novelar a la
manera de Felipe Hernández.
Cómo salvarnos de las ausencias,
de los que nos dejan, me preguntaba hasta que supe que siempre están con
nosotros, que sus palabras siguen ahí y las nuestras para con ellos. Eso tal
vez me tranquilice. Uno es el que es junto a sus muertos.
-Tal vez el hijo del señor mejore, hoy en día con las medicinas que hay
los chavales se curan en un momento, mi padre estuvo un mes agonizando,
imagínese
un mes día tras
día sin una sola palabra, sin mirarnos nunca porque morir es cuando los ojos se
transforman en párpados, y la muchacha en medio de los abanicos, de los
payasos, de las máscaras
-¿Qué, doña Silvina?
y nosotros una hora con él entre semana y dos los domingos y festivos,
y siempre los mismos arriates menudos, los mismos pasillos de azulejos con
escenas de caza del ciervo que los perros despedazaban, y a veces colocaban un
biombo, alrededor de una cama, con un enfermo dentro, y al retirar el biombo el
cuerpo había desaparecido y las sábanas ilusionadas esperaban a quien nunca
habría esperado verse allí, mi recelo hacia los hospitales no es por las camas
con gente sino por las camas que aguardan, las que parecen sepulturas abiertas
que nos llaman y en las que los difuntos somos nosotros, cuando yo era una niña
veía retirar los huesos de las tumbas hacia una carretilla, cogían las
mandíbulas y las costillas, con piel y carne y dientes, y lo que sobraba era un
rectángulo tan hondo que debía de acabar bajo las raíces de los árboles donde
cuentan que hay sombras girando, y yo quería huir y no podía, los brazos me
desobedecían, las piernas no andaban, la cabeza y el pecho…
La muerte de
Carlos Gardel, Lobo Antunes
-Qué triste debe de ser esta casa a las tres de la tarde porque era en
los salones, en los pasillos y también en los desvanes, con pantuflas y
escobas, donde llovía en invierno, no allí fuera y no lluvia tampoco, una
sorpresa en las cosas compadeciéndose de nosotros, mi bisabuela y las señoras
movían la boca sin palabras y sin embargo hablaban puesto que un brillo de
saliva, un diente, una sonrisa delante del diente cuando una fotografía hasta
entonces invisible surgía de la oscuridad o un espejo manchado por los
misterios del tiempo duplicaba los retratos en un ángulo diferente que daba
miedo porque no eran ellos siendo ellos, criaturas parecidas a los difuntos en
los sueños dirigiéndose a los vivos desde lo alto de cuellos de camisa de
celulide y plastrones con puntitos, se entendía
-Soy yo
¿Qué caballos son
aquellos que hacen sombra en el mar?, Lobo Antunes
Antes de la Avenida Gomes Pereira había una mujer que me daba de comer,
un niño Jesús tallado al que le faltaban dedos, la misma mujer en una cama, personas
de luto que me miraban en silencio, y después el viaje en tranvía, mi padre,
que agitaba un sonajero, y los brazos de la criada que se se extendían para
recibirme, como en las pesadillas en las que un monstruo nos ahoga. Entonces, y
a medida que el taxi se alejaba, empecé a temblar y dejé de oír las uñas del
perro en los azulejos de la cocina.
La muerte de
Carlos Gardel, Lobo Antunes
Todos tenemos cajones donde metemos a los que nos rodean, sus
opiniones, reflexiones, conocimientos, ademanes y educación. Nuestra imagen
sólo es nuestra, nada tiene que ver con la que ellos tienen de nosotros y guardan en sus cajones. El
lenguaje ayuda a aclarar algunas cosas, pero no es suficiente. El lenguaje,
además, se viste con más ambigüedades de las que creemos.
como si alguien
pudiese perdonar a alguien, como si la vida no fuese la colección de acritudes
y resentimientos que es, acabé bajando las escaleras mientras ahuyentaba hebras
de niebla y volutas de vapor como ahuyenté las bosas de suero, los tubos de
oxígeno y los tubos de goma cuando tu colchón y el otro colchón del lado
derecho de la enfermería se deslizaron hacia mí, como ahuyenté a mi hermana y a
la señora de la bata que caminaba conmigo a tu encuentro, vi un brazo con el
líquido de un frasco que le entraba en la vena, y al acercarme escuché un
llanto de niño y una voz soñolienta preguntar
-¿Qué pasa,
Álvaro?
y yo, tropezando con tu colchón de hospital, tropezando con tu cuna,
respondí, con la esperanza de que fueses tú quien preguntaba, respondí,
intentando incorporarte, para llevarte conmigo, de la cama de la enfermería o
de la concha de mimbre
(con una campanilla cuya música se desencadenaba tirando de un cordel)
En la que llorabas, con la ciudad color naranja inmóvil en las
vidrieras como un ángel descuartizado en una cruz, respondí expulsando cedros
del interior del sufrimiento, del interior de la muerte:
Césped y arbustos
cortados que brillaban a la luz, jardineros que conectan aspersores, gorriones,
un sosiego de parquet, una fleche roja en el extreme de un mástil con la
palabra Urgencias en mayúsculas metálicas, y de repente reparé en el hospital.
La muerte de Carlos Gardel, Lobo
Antunes
Hoy he leído en uno de los comentarios a un post de café
Ocata:
En realidad miramos
una imagen idealizada de nosotros mismos que para mantenerla pura ha de estar
incontaminada de realidad.
Y luego he pensado en la derrota diaria, en la que nos
desdice y desdibuja. En la realidad, con la que tan mal me he llevado siempre.
Como caen los árboles
yo caigo y cayendo caigo como las hojas y las sombras caen despacio y leves y
los oigo llorar y hablar conmigo y no puedo responder mientras caigo porque si
respondiese qué diría sino que me abato como se abatieron otrora mi padre mi
madre mi marido de repente callados e inmóviles y así de blancos como la luz en
esta casa tan blanca sobre los muebles blancos los espejos devuelven el
silencio y sus lágrimas y mañana subirán conmigo allí arriba y sin más palabras
que las del cura volverán mi rostro hacia el sol.
“El orden natural de las cosas”,
Lobo Antunes
Si con una sola mirada alcanzase a ver la mitad de lo que me
muestran…
"Los jueces dijeron que perdí el combate, no puedo
hacer nada más", señaló Cotto. "Quedo contento con mi pelea y mi
actuación, al igual que mi familia. Qué más puedo pedir", dijo.
El combate tuvo lugar semanas antes de que Mayweather
ingrese el 1 de junio en una prisión del condado para cumplir una sentencia de
tres meses por violencia familiar.
El estadounidense libró un combate duro contra un rival que
jamás dejó de ir al frente. Sin embargo fue más rápido y certero que Cotto, que
pareció desgastado en los últimos asaltos.
En el episodio final, Mayweather asestó su mejor golpe de la
noche, un gancho al mentón con la izquierda que al parecer lesionó al caribeño.
El estadounidense lanzó varias andanadas a la cabeza de
Cotto para llevarse el triunfo. La decisión del ganador había permanecido en
suspenso hasta los asaltos finales.
"Es un peleador duro", expresó Mayweather en
referencia Cotto. "Vino a pelear, no sólo a sobrevivir. Tuve que penetrar
y responderle", afirmó.
Cotto jamás fue derribado aunque pareció lastimado en varias
ocasiones durante la pelea, en particular en el 12mo asalto.
Mayweather tuvo garantizada una bolsa de 32 millones de
dólares. En las estadísticas de golpes, Mayweather acertó 179 de 687, en
comparación con los 105 de 506 de Cotto.
El puertorriqueño quedó con foja de 37-3 y se llevó ocho
millones de dólares, la mayor bolsa que ha ganado a la fecha.
Read more here: http://www.elnuevoherald.com/2012/05/06/1196419/puertorriqueno-cotto-pierde-titulo.html#storylink=cpy
Antes se hablaba mejor, el ritmo era más pausado y las
historias que iban a suceder ya estaban escritas. Un amigo loco surgió desde la
ventana del psiquiátrico llamándome por el nombre. Ese instante de la llamada feliz
ocurrió como consecuencia de un aleteo de mariposa en las antípodas. Fue algo inmenso, la apertura de un capullo,
el primer vuelo del polluelo en el nido o algo así y el día no dio para más.
Dos libros rescatados, “Leyendas “ de Becquer en la edición
de Anaya, procedente de la biblioteca C.P. Pablo Picasso, con la ficha donde
aparecen los nombres de los lectores, jovencitos que iban a 6º, 7º y 8º en los
años 1986, 1987 y 1989. Y “Guillermo y los mellizos”, de la biblioteca pública,
con dos sellos de salida correspondiente a 1987. Dentro iban tres fotos de
cachorros. Libros sin importancia.
Como no conseguía
salir las amigas me visitaban después del almuerzo, ocupaban los sofás, traían
sillas del pasillo y del comedor, y conversaban en un tono más agudo que el
habitual, de súbito optimistas y alegres llenas de planes de futuro que me
incluían, y yo las imaginaba respirando hondo en el rellano como actores a
punto de entrar al escenario para una pequeña comedia de felicidad y esperanza
que ninguna de nosotras poseía, ansiosas con su propio sufrimiento, con su
propia vida, y, como en edad estaban muy cerca de mí, interrogándose sobre la
forma que la muerte elegiría para arrastrarlas consigo, implorando Dios mío un
cáncer no, como si Dios se tomase el trabajo de confeccionar agonías personales
a la manera de laos sastres que confeccionan ropa a medida, en vez de barrernos
con un gesto distraído como insectos incómodos.
El orden natural de las cosas,
Lobo Antunes
La otra generación del 27, los humoristas, cineastas,
dibujantes y vividores en una España hambrienta, Tono, Mihura, Jardiel,
Neville, las amistades, una filosofía de vida en común... Y la torre de los siete jorobados de Emilio Carriere adaptada al cine,
en mitad de la nada los dobles, espejos, los sainetes, el terror, el buen humor
y unirlo todo con un lazo encima para el día de la madre, dicen, porque uno no
se entera de esas cosas.
Miraba las botellas de whisky desde la calle, al otro lado
del escaparate. De repente la figura de su madre cortó la visión del plano.
Ella sonrió, él se turbó mínimamente ante el genio salido de la lámpara. Entró
en el supermercado, la esperó a que saliera y marcharon juntos. Antes la hizo
una fotografía, en la misma puerta, mientras repasaba el ticket de la compra,
un acto rutinario. El mundo giraba alrededor y el obturador de la memoria se
llenó de tiempo.
Hace casi un año, por esas mismas fechas, encontró a un
amigo a la salida de otro supermercado. El amigo observaba el cuadro de
publicidad que exponían afuera mientras echaba un cigarro. Le preguntó por su
padre y le contestó que iba tirando. Luego le acompañó adentro para continuar
la charla mientras hacía la compra, liviana, con pimientos, yogures y una red
de patatas. Los dos habían acudido con el coche, algo raro en él salvo cuando
marchaba al pueblo, cosa que iba a hacer a continuación, tras su compra cargada
de azúcares y entremeses.
Las dos figuras, paterna en la del amigo y materna en la de
él, marcan su tiempo, un tiempo en el que el padre ya no está, salvo en la
sombra y su madre, vive en cada sorbo de whisky, al otro lado del espejo de
este escaparate llamado mundo.
y la Cruz Quebrada era un otero hasta el Estadio y los
sumideros que se prolongaban río adentro, avanzando entre inmundicias, y yo me
niego a ser como ellos, Iolanda, y voy a ser como ellos, y un día me acerco al
espejo y observo mi cara y vivo del pasado como de una jubilación y me tengo
lástima, y mi tío que solicita la opinión de mi madre,
-¿Yo he hablado de la lluvia, Ausenda?
Y tú, chupando la punta del lápiz
siempre con la vista en las coles,
-¿Conoces Benfica, Alfredo?
y mi madre, con las órbitas
redondas hacia mi padre,
-Está visto que no, Artur, son las distracciones
de Teodoro, no te enfades…
“El orden natural de las cosas” Lobo Antunes
Vivir del pasado como de una
jubilación… está todo dicho. Cansa tanto escucharles, a ellos, a los que viven
del pasado… a los viejos… repelentes que ya no escuchan otras músicas ni leen a otros
escritores ni tropiezan dos veces con las mismas teclas que ya pulsaron cuando no sabían lo que
hacían. Vivir del pasado… y yo me niego a ser como ellos… y sin embargo me voy pareciendo.
Comprendí que una mañana cualquiera me
ordenarían Vamos, y yo saldría de lo que llaman cuartel hacia lo que llaman
Tavira, oyendo las olas sin ver las olas, oyendo a las gaviotas sin ver a las
gaviotas, oyendo las voces de las personas sin prestarles atención, camino de
las siluetas de los platos, que me esperaban en silencio en los paisajes de
porcelana, como los difuntos nos aguardan por detrás de una última puerta que
sólo demasiado tarde entendemos que es la última por cerrarse tras nosotros
como la tapa de un ataúd.
El
orden natural de las cosas, Lobo Antunes
Comprendí
que la muerte, más en donde estoy, es un elemento al que me habría de habituar.
No tenía remedio ni alternativa. Pero no era suficiente. Debía hacerme con
alguna receta para el sufrimiento y el dolor. No digo contra el sufrimiento y
contra el dolor porque no la hay. No se trata de morir, despedirse o alejarse.
El dolor, la pérdida, las maneras, el estilo, etc. Las recetas están en alguna
parte, hacia oriente o hacia los clásicos más estoicos. Sí hay dolor, igual que
llegará el verano, de la misma manera que llegaron las lluvias.
Tengo que inyectarme y respondía Yo qué sé,
porque francamente no sabía, porque no había pensado en eso, porque el cuerpo
se me había puesto flojo y desfallecía, porque por debajo del frío me sentía
acalorada, porque los jacintos del aliento se me multiplicaban en la lengua,
porque iba a morir, a morir con aquel viejo que participaba a mi tía su boda
conmigo, porque me ausentaba en un desmayo, y yo me apoyaba en la cómoda
mientras la sala se desenfocaba, yo veía a mi padre apagar el foco de la
frente, abrir la décima, o centésima, o milésima, o millonésima botella de
cerveza de esa noche, yo lo veía alzar el pico y preguntar, como quien se
informa de una fortuna, o de una dote, o de una prenda ¿Usted sabe volar dentro
de la tierra, amigo?
El
orden natural de las cosas, Lobo Antunes
Ausentarse,
sin necesidad de abrir puertas ni cervezas.
En la RAE:
petrel.
(De or. inc.).
1. m. Ave palmípeda, muy voladora, del tamaño de una
alondra, común en todos los mares, donde se la ve a enormes distancias de la
tierra, nadando en las crestas de las olas, para coger los huevos de peces,
moluscos y crustáceos, con que se alimenta. Es de plumaje pardo negruzco, con
el arranque de la cola blanco, y vive en bandadas, que anidan entre las rocas
de las costas desiertas.
… y al llegar a Peniche tronaba, el cielo se
hendía con heridas de relámpagos que recortaban la villa, que recortaban el
mar, tomando las sombras fosforescentes antes de esconderse en sus pliegues de
tinieblas, un barco, casi en la línea del horizonte, flotaba sobre nubes que
supuraban lágrimas rojas, las casas se desmoronaban, los almacenes de los pescadores
y las traineras ancladas se deslizaban hacia la plaza, el farallón, amputado,
mostraba sus vísceras de pizarra, liberaba enjambres de aves aterradas, y a a
la mañana siguiente el coronel Gomes se ahorcó en la celda, y cuando lo vi,
antes de que lo cubriesen con el abrigo y un saco de arpillera, no me pareció
verlo morado ni con la lengua fuera, sino con las pupilas apagadas en una
expresión amable, de modo que pensé Se ha dormido, no se ha ahorcado ni nada,
se ha dormido, a pesar del verdugón en el cuello y de los hombros crispados,
pensé Se ha dormido, ha fingido que se ahorcaba para intentar engañarme, y
entonces me acerqué a él, le puse el pulgar en la frente y estaba fría y con
manchas color vino en la raíz del pelo, y las botas en el extremo de las
piernas, Margarida, se me figuraron vacías como los zapatos de los mendigos.
El
orden natural de las cosas, Lobo Antunes
La
han despedido de la noche a la mañana. Su madre, definitivamente, se muere. Es
hija sola. Pienso, otros están peor que yo. Respiro. Salen burbujas a la
superficie. Digo, hay que tomar cervezas cuando hay que tomar cervezas y tal
vez un día haya que rezar o leer otro libro. Eso es vivir a tope. Hace cuatro
días estaba en forma y ahora estoy yo más en forma que ella. Un día también me despedirán.
…
cuando me apeé del tranvía en los Restauradores, seguido por el empleado de la
mercería, en busca de una farmacia de guardia en un bosque de sastrerías, de
tabernas, de travesías de pensiones equívocas y de mujeres, con abrigo de piel,
insinuando sus brillos de acrílico en las esquinas y comunicándose con nosotros
por medio del morse de los cigarrillos. Entonces, como ahora, me faltaban las
advertencias, los consejos y las prohibiciones de los muertos, me faltaba la
palmera de Correios y la pastelería de las señoras rubias, me faltaba el
crepúsculo de los árboles del bosque, me faltaban las buganvillas…