Cómo salvarnos de las ausencias,
de los que nos dejan, me preguntaba hasta que supe que siempre están con
nosotros, que sus palabras siguen ahí y las nuestras para con ellos. Eso tal
vez me tranquilice. Uno es el que es junto a sus muertos.
-Tal vez el hijo del señor mejore, hoy en día con las medicinas que hay
los chavales se curan en un momento, mi padre estuvo un mes agonizando,
imagínese
un mes día tras
día sin una sola palabra, sin mirarnos nunca porque morir es cuando los ojos se
transforman en párpados, y la muchacha en medio de los abanicos, de los
payasos, de las máscaras
-¿Qué, doña Silvina?
y nosotros una hora con él entre semana y dos los domingos y festivos,
y siempre los mismos arriates menudos, los mismos pasillos de azulejos con
escenas de caza del ciervo que los perros despedazaban, y a veces colocaban un
biombo, alrededor de una cama, con un enfermo dentro, y al retirar el biombo el
cuerpo había desaparecido y las sábanas ilusionadas esperaban a quien nunca
habría esperado verse allí, mi recelo hacia los hospitales no es por las camas
con gente sino por las camas que aguardan, las que parecen sepulturas abiertas
que nos llaman y en las que los difuntos somos nosotros, cuando yo era una niña
veía retirar los huesos de las tumbas hacia una carretilla, cogían las
mandíbulas y las costillas, con piel y carne y dientes, y lo que sobraba era un
rectángulo tan hondo que debía de acabar bajo las raíces de los árboles donde
cuentan que hay sombras girando, y yo quería huir y no podía, los brazos me
desobedecían, las piernas no andaban, la cabeza y el pecho…
La muerte de
Carlos Gardel, Lobo Antunes
-Qué triste debe de ser esta casa a las tres de la tarde porque era en
los salones, en los pasillos y también en los desvanes, con pantuflas y
escobas, donde llovía en invierno, no allí fuera y no lluvia tampoco, una
sorpresa en las cosas compadeciéndose de nosotros, mi bisabuela y las señoras
movían la boca sin palabras y sin embargo hablaban puesto que un brillo de
saliva, un diente, una sonrisa delante del diente cuando una fotografía hasta
entonces invisible surgía de la oscuridad o un espejo manchado por los
misterios del tiempo duplicaba los retratos en un ángulo diferente que daba
miedo porque no eran ellos siendo ellos, criaturas parecidas a los difuntos en
los sueños dirigiéndose a los vivos desde lo alto de cuellos de camisa de
celulide y plastrones con puntitos, se entendía
-Soy yo
¿Qué caballos son
aquellos que hacen sombra en el mar?, Lobo Antunes
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