domingo, 13 de mayo de 2012

cuando los ojos se transforman en párpados

Cómo salvarnos de las ausencias, de los que nos dejan, me preguntaba hasta que supe que siempre están con nosotros, que sus palabras siguen ahí y las nuestras para con ellos. Eso tal vez me tranquilice. Uno es el que es junto a sus muertos.
 
-Tal vez el hijo del señor mejore, hoy en día con las medicinas que hay los chavales se curan en un momento, mi padre estuvo un mes agonizando, imagínese
                un mes día tras día sin una sola palabra, sin mirarnos nunca porque morir es cuando los ojos se transforman en párpados, y la muchacha en medio de los abanicos, de los payasos, de las máscaras
-¿Qué, doña Silvina?
y nosotros una hora con él entre semana y dos los domingos y festivos, y siempre los mismos arriates menudos, los mismos pasillos de azulejos con escenas de caza del ciervo que los perros despedazaban, y a veces colocaban un biombo, alrededor de una cama, con un enfermo dentro, y al retirar el biombo el cuerpo había desaparecido y las sábanas ilusionadas esperaban a quien nunca habría esperado verse allí, mi recelo hacia los hospitales no es por las camas con gente sino por las camas que aguardan, las que parecen sepulturas abiertas que nos llaman y en las que los difuntos somos nosotros, cuando yo era una niña veía retirar los huesos de las tumbas hacia una carretilla, cogían las mandíbulas y las costillas, con piel y carne y dientes, y lo que sobraba era un rectángulo tan hondo que debía de acabar bajo las raíces de los árboles donde cuentan que hay sombras girando, y yo quería huir y no podía, los brazos me desobedecían, las piernas no andaban, la cabeza y el pecho…
                La muerte de Carlos Gardel, Lobo Antunes
 
-Qué triste debe de ser esta casa a las tres de la tarde porque era en los salones, en los pasillos y también en los desvanes, con pantuflas y escobas, donde llovía en invierno, no allí fuera y no lluvia tampoco, una sorpresa en las cosas compadeciéndose de nosotros, mi bisabuela y las señoras movían la boca sin palabras y sin embargo hablaban puesto que un brillo de saliva, un diente, una sonrisa delante del diente cuando una fotografía hasta entonces invisible surgía de la oscuridad o un espejo manchado por los misterios del tiempo duplicaba los retratos en un ángulo diferente que daba miedo porque no eran ellos siendo ellos, criaturas parecidas a los difuntos en los sueños dirigiéndose a los vivos desde lo alto de cuellos de camisa de celulide y plastrones con puntitos, se entendía
-Soy yo
                ¿Qué caballos son aquellos que hacen sombra en el mar?, Lobo Antunes

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