…
cuando me apeé del tranvía en los Restauradores, seguido por el empleado de la
mercería, en busca de una farmacia de guardia en un bosque de sastrerías, de
tabernas, de travesías de pensiones equívocas y de mujeres, con abrigo de piel,
insinuando sus brillos de acrílico en las esquinas y comunicándose con nosotros
por medio del morse de los cigarrillos. Entonces, como ahora, me faltaban las
advertencias, los consejos y las prohibiciones de los muertos, me faltaba la
palmera de Correios y la pastelería de las señoras rubias, me faltaba el
crepúsculo de los árboles del bosque, me faltaban las buganvillas…
El orden natural de las cosas,
Lobo Antunes
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