miércoles, 2 de mayo de 2012

lágrimas rojas

… y al llegar a Peniche tronaba, el cielo se hendía con heridas de relámpagos que recortaban la villa, que recortaban el mar, tomando las sombras fosforescentes antes de esconderse en sus pliegues de tinieblas, un barco, casi en la línea del horizonte, flotaba sobre nubes que supuraban lágrimas rojas, las casas se desmoronaban, los almacenes de los pescadores y las traineras ancladas se deslizaban hacia la plaza, el farallón, amputado, mostraba sus vísceras de pizarra, liberaba enjambres de aves aterradas, y a a la mañana siguiente el coronel Gomes se ahorcó en la celda, y cuando lo vi, antes de que lo cubriesen con el abrigo y un saco de arpillera, no me pareció verlo morado ni con la lengua fuera, sino con las pupilas apagadas en una expresión amable, de modo que pensé Se ha dormido, no se ha ahorcado ni nada, se ha dormido, a pesar del verdugón en el cuello y de los hombros crispados, pensé Se ha dormido, ha fingido que se ahorcaba para intentar engañarme, y entonces me acerqué a él, le puse el pulgar en la frente y estaba fría y con manchas color vino en la raíz del pelo, y las botas en el extremo de las piernas, Margarida, se me figuraron vacías como los zapatos de los mendigos.

                El orden natural de las cosas, Lobo Antunes
 
La han despedido de la noche a la mañana. Su madre, definitivamente, se muere. Es hija sola. Pienso, otros están peor que yo. Respiro. Salen burbujas a la superficie. Digo, hay que tomar cervezas cuando hay que tomar cervezas y tal vez un día haya que rezar o leer otro libro. Eso es vivir a tope. Hace cuatro días estaba en forma y ahora estoy yo más en forma que ella. Un día también me despedirán.

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