-No se confunda – cortó con firmeza Godoy-. Piense con la cabeza. La
vida de la inteligencia es austera. Un hombre inteligente no necesita placeres
ni viajes ni bienes, porque todo lo tiene en la cabeza. Dese cuenta, todas las
posibilidades humanas caben en un simple alfabeto o en una partitura musical.
Una mente lúcida no necesita perderse en el caos de la realidad, porque es
precisamente esa mente la que amuebla e infunde vida a una realidad que, de
hecho, no existiría sin su aliento. Rodearse de materia, desplazarse sin
dirección o cegarse cn una infinidad de imágenes sólo conduce a incapacitar
nuestras cabezas y a convertirnos en objetos inertes. Le diré algo: me temo que
las máquinas, los automóviles y las agencias de viaje se han creado únicamente para
suplir las deficiencias de gentes sin alma e intelectualmente tullidas. Y tengo
la certeza de que un hombre que necesite habitar una mansión o poseer bienes
suntuarios ha de tener por fuerza alguna tara. Yo no hago más que constatar
esas simples conclusiones, y me limito a mover las piezas…
-
Observo
que pronuncia esa palabra con reticencia. Pero la usuara es la vida misma, el
movimiento de la vida. Es el mismo cuerpo el que crea un interés, o un residuo,
si así lo requiere. ¿Acaso no se corta usted las uñas y el cabello? Pues esas
uñas y ese cabello son el interés. Lo que usted llama usura.
Pgs.
139 y 140 de “La Deuda” de Felipe Hernández.
Oí como alguien avisaba en un entierro. Pude
haber llenado la furgoneta de curas para decir la misa. Oí cómo se quejaba un
tipo de que un alcalde pedáneo, a la sombra, había enviado un escrito de queja
al jefe de su empresa. ¿Con qué motivos? Si él había hecho lo de siempre, como
siempre y sin que nadie hubiera abierto la boca. Un caso parda novelar a la
manera de Felipe Hernández.
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