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Perdona
como si alguien
pudiese perdonar a alguien, como si la vida no fuese la colección de acritudes
y resentimientos que es, acabé bajando las escaleras mientras ahuyentaba hebras
de niebla y volutas de vapor como ahuyenté las bosas de suero, los tubos de
oxígeno y los tubos de goma cuando tu colchón y el otro colchón del lado
derecho de la enfermería se deslizaron hacia mí, como ahuyenté a mi hermana y a
la señora de la bata que caminaba conmigo a tu encuentro, vi un brazo con el
líquido de un frasco que le entraba en la vena, y al acercarme escuché un
llanto de niño y una voz soñolienta preguntar
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¿Qué pasa,
Álvaro?
y yo, tropezando con tu colchón de hospital, tropezando con tu cuna,
respondí, con la esperanza de que fueses tú quien preguntaba, respondí,
intentando incorporarte, para llevarte conmigo, de la cama de la enfermería o
de la concha de mimbre
(con una campanilla cuya música se desencadenaba tirando de un cordel)
En la que llorabas, con la ciudad color naranja inmóvil en las
vidrieras como un ángel descuartizado en una cruz, respondí expulsando cedros
del interior del sufrimiento, del interior de la muerte:
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Nada,
duerme, nada.
La muerte de Carlos Gardel, Lobo Antunes
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