Comprendí que una mañana cualquiera me
ordenarían Vamos, y yo saldría de lo que llaman cuartel hacia lo que llaman
Tavira, oyendo las olas sin ver las olas, oyendo a las gaviotas sin ver a las
gaviotas, oyendo las voces de las personas sin prestarles atención, camino de
las siluetas de los platos, que me esperaban en silencio en los paisajes de
porcelana, como los difuntos nos aguardan por detrás de una última puerta que
sólo demasiado tarde entendemos que es la última por cerrarse tras nosotros
como la tapa de un ataúd.
El
orden natural de las cosas, Lobo Antunes
Comprendí
que la muerte, más en donde estoy, es un elemento al que me habría de habituar.
No tenía remedio ni alternativa. Pero no era suficiente. Debía hacerme con
alguna receta para el sufrimiento y el dolor. No digo contra el sufrimiento y
contra el dolor porque no la hay. No se trata de morir, despedirse o alejarse.
El dolor, la pérdida, las maneras, el estilo, etc. Las recetas están en alguna
parte, hacia oriente o hacia los clásicos más estoicos. Sí hay dolor, igual que
llegará el verano, de la misma manera que llegaron las lluvias.
Tengo que inyectarme y respondía Yo qué sé,
porque francamente no sabía, porque no había pensado en eso, porque el cuerpo
se me había puesto flojo y desfallecía, porque por debajo del frío me sentía
acalorada, porque los jacintos del aliento se me multiplicaban en la lengua,
porque iba a morir, a morir con aquel viejo que participaba a mi tía su boda
conmigo, porque me ausentaba en un desmayo, y yo me apoyaba en la cómoda
mientras la sala se desenfocaba, yo veía a mi padre apagar el foco de la
frente, abrir la décima, o centésima, o milésima, o millonésima botella de
cerveza de esa noche, yo lo veía alzar el pico y preguntar, como quien se
informa de una fortuna, o de una dote, o de una prenda ¿Usted sabe volar dentro
de la tierra, amigo?
El
orden natural de las cosas, Lobo Antunes
Ausentarse,
sin necesidad de abrir puertas ni cervezas.
En la RAE:
petrel.
(De or. inc.).
1. m. Ave palmípeda, muy voladora, del tamaño de una
alondra, común en todos los mares, donde se la ve a enormes distancias de la
tierra, nadando en las crestas de las olas, para coger los huevos de peces,
moluscos y crustáceos, con que se alimenta. Es de plumaje pardo negruzco, con
el arranque de la cola blanco, y vive en bandadas, que anidan entre las rocas
de las costas desiertas.
Petrel, petrel, petrel...
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