domingo, 20 de enero de 2013

ángel de la guarda

… La vista, y acto seguido la mano, se dirigieron a un cenicero de cristal macizo que había sobre la mesa. Sin duda, ella pensó que quería matarla, porque dio un chillido de espanto y se tapó la cara con el brazo. Pero mi ángel de la guarda veló por mí: ignoro cómo logré dominarme. Dejé el cenicero de nuevo sobre la mesa y salí de la sala.
                El desprecio, Alberto Moravia
 

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