Cuando Melville hace que el
narrador de Moby Dick se imagine cómo perderá el equilibrio en un momento de
ensoñación y caerá “a través de ese aire transparente en el mar de estío”, está
volviendo a contar el libro V de la Eneida, en el que el piloto Palinurus, que
ha “cerrado sus Embriagados Ojos” bajo el influjo del dios del sueño, se hunde
en el océano y se ahoga.
Pg.
169-170 Melville, Andrew Delbanco
Y hacia ti, Palinuro, se dirige
portador de visiones
funestas para ti, libre, ¡ay! De
culpa. Y toma asiento el dios en la alta popa
bajo la misma traza de Forbante. Y
musita su boca estas palabras:
“¡Palinuro, hijo de Jaso, el mar
impulsa las naves por sí solo.
Las brisas soplan sosegadas con
serena lisura. La hora invita al descanso.
Reclina la cabeza y sustrae ya al
trabajo tus ojos fatigados.
Yo mismo me pondré por un rato en
tu lugar y haré tu menester”.
Sin atreverse a alzar del todo
hacia él los ojos, Palinuro le responde:
“¿Qué deje de mirar la cara al mar
en calma y a las olas serenas
me mandas? ¿Qué me fie de ese
monstruo? ¿Voy a entregar a Eneas
-pero por qué- a las tretas de los
vientos y al cielo
después que tantas veces me ha
burlado su apariencia serena?”
Decía esto y asiéndose al timón
Pegándose a él, no lo apartaba de
sí y sus ojos seguían fijos en las estrellas.
Sacude el dios entonces en sus
sienes un ramo húmedo del rocío del Leteo,
Impregnado del poder soporífero de
la laguna Estigia,
y a pesar de su esfuerzo le relaja
sus pupilas fluctuantes.
Apenas empezaba a distender sus
miembros
un súbito sopor, cuando cargando el
dios sobre él,
lo precipita de cabeza en las
diáfanas ondas
con el timón y parte de la borda
que arranca en su caída
mientras en vano llama a sus
compañeros una vez y otra vez.
Y el dios se alza a la altura
volandero por el aire delgado.
Con no menor seguridad apresura la
flota su marcha por el mar,
según lo prometido por el padre
Neptuno navega sin temor.
Y ya mar adelante se iban
aproximando a los escollos
de las Sirenas, arduos de atravesar
en otro tiempo. Blanqueaban los huesos
de numerosas víctimas. A lo lejos
resonaba el embate incesante de las olas
cuando el caudillo advierte que la
nave sin piloto navega a la deriva.
Él mismo con su mano la guía por
las sombras de las olas
entre gemidos incesantes conmovido
en el alma por la suerte de su amigo:
“¡Ay, demasiado crédulo en el cielo
sereno y en la calma del mar,
yacerás, Palinuro, sin tierra que
te cubra, sobre ignorada playa!”
Libro
V, Eneida
(El sueño era hijo de Érebo, dios
del Infierno, y de la Noche. En el episodio asistimos a su venganza de las
largas vigilias del timonel Palinuro…
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