sábado, 12 de enero de 2013

Palinuro

Cuando Melville hace que el narrador de Moby Dick se imagine cómo perderá el equilibrio en un momento de ensoñación y caerá “a través de ese aire transparente en el mar de estío”, está volviendo a contar el libro V de la Eneida, en el que el piloto Palinurus, que ha “cerrado sus Embriagados Ojos” bajo el influjo del dios del sueño, se hunde en el océano y se ahoga.
                Pg. 169-170 Melville, Andrew Delbanco
 
Y hacia ti, Palinuro, se dirige portador de visiones
funestas para ti, libre, ¡ay! De culpa. Y toma asiento el dios en la alta popa
bajo la misma traza de Forbante. Y musita su boca estas palabras:
“¡Palinuro, hijo de Jaso, el mar impulsa las naves por sí solo.
Las brisas soplan sosegadas con serena lisura. La hora invita al descanso.
Reclina la cabeza y sustrae ya al trabajo tus ojos fatigados.
Yo mismo me pondré por un rato en tu lugar y haré tu menester”.
Sin atreverse a alzar del todo hacia él los ojos, Palinuro le responde:
“¿Qué deje de mirar la cara al mar en calma y a las olas serenas
me mandas? ¿Qué me fie de ese monstruo? ¿Voy a entregar a Eneas
-pero por qué- a las tretas de los vientos y al cielo
después que tantas veces me ha burlado su apariencia serena?”
Decía esto y asiéndose al timón
Pegándose a él, no lo apartaba de sí y sus ojos seguían fijos en las estrellas.
Sacude el dios entonces en sus sienes un ramo húmedo del rocío del Leteo,
Impregnado del poder soporífero de la laguna Estigia,
y a pesar de su esfuerzo le relaja sus pupilas fluctuantes.
Apenas empezaba a distender sus miembros
un súbito sopor, cuando cargando el dios sobre él,
lo precipita de cabeza en las diáfanas ondas
con el timón y parte de la borda que arranca en su caída
mientras en vano llama a sus compañeros una vez y otra vez.
Y el dios se alza a la altura volandero por el aire delgado.
Con no menor seguridad apresura la flota su marcha por el mar,
según lo prometido por el padre Neptuno navega sin temor.
Y ya mar adelante se iban aproximando a los escollos
de las Sirenas, arduos de atravesar en otro tiempo. Blanqueaban los huesos
de numerosas víctimas. A lo lejos resonaba el embate incesante de las olas
cuando el caudillo advierte que la nave sin piloto navega a la deriva.
Él mismo con su mano la guía por las sombras de las olas
entre gemidos incesantes conmovido en el alma por la suerte de su amigo:
“¡Ay, demasiado crédulo en el cielo sereno y en la calma del mar,
yacerás, Palinuro, sin tierra que te cubra, sobre ignorada playa!”
                Libro V, Eneida
 
(El sueño era hijo de Érebo, dios del Infierno, y de la Noche. En el episodio asistimos a su venganza de las largas vigilias del timonel Palinuro…

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