La vida se perfila
como suma de decisiones irrevocables y entregas irreversibles. La sabiduría
upanishádica no concibe la vida como una forma de tener, sino de ser. El yo no
es lo que posee ni se identifica con las ganancias acumuladas en su pasado. No
sobrevive a través de los méritos mencionados en los obituarios, “en las
memorias tejidas por la benéfica araña”, o de sus posesiones, transmitidas en
legados cuyos sellos abre “el flaco notario”. Tener no es la premisa del ser, a
pesar de los valores tangibles profesados por “un siglo de prudencia”. El
sentido de identidad no radica en el “yo soy lo que tengo”, sino en el “soy lo
que doy”. La plena realización del yo no se alcanza a través de una relación de
posesión, sino en el amor que anula el deseo de tener y que cobra realidad en
el acto de dar: “por esto, y sólo por esto, hemos existido” en “la terrible
osadía de un momento de entrega/ que un siglo de prudencia jamás podrá revocar”…
Pg. 164 del análisis de la Tierra
Baldía. Edición Cátedra.
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