… Amamos la belleza con sencillez y
el saber sin relajación. Nos servimos de la riqueza más como oportunidad para
la acción que como pretexto para la vanagloria, y entre nosotros no es un
motivo de vergüenza para nadie reconocer su pobreza, sino que lo es más bien no
hacer nada por evitarla. Las mismas personas pueden dedicar a la vez su
atención a sus asuntos particulares y a los públicos, y gentes que se dedican a
diferentes actividades tienen suficiente criterio respecto a los asuntos
públicos. Somos, en efecto, los únicos que a quien no toma parte en esos
asuntos lo consideramos no un despreocupado, sino un inútil; y nosotros en
persona cuando menos damos nuestro juicio sobre los asunto, o los estudiamos
puntualmente, porque, en nuestra opinión, no son las palabras lo que supone un
perjuicio para la acción, sino el no informarse por medio de la palabra antes
de proceder a lo necesario mediante la acción. También nos distinguimos en
cuanto a que somos extraordinariamente audaces a la vez que hacemos nuestros
cálculos sobre las acciones que vamos a emprender, mientras que a los otros la
ignorancia les da coraje, y el cálculo, indecisión. Y es justo que sean
considerados los más fuertes de espíritu quienes, aun conociendo perfectamente
las penalidades y los placeres, no por esto se apartan de los peligros. También
en lo relativo a la generosidad somos distintos de la mayoría, pues nos ganamos
los amigos no recibiendo favores, sino haciéndolos. Y quien ha hecho el favor
está en mejores condiciones para conservar vivo, mediante muestras de
benevolencia hacia aquel a quien concedió el favor, el agradecimiento que se le
debe. El que lo debe, en cambio, se muestra más apagado, porque sabe que
devuelve el favor no con miras a un agradecimiento sino para pagar una deuda.
Somos los únicos, además, que prestamos nuestra ayuda confiadamente, no tanto
por efectuar un cálculo de la conveniencia como por la confianza que nace de la
libertad…
Discurso
fúnebre de Pericles, (Historia de la guerra del Peloponeso, Tucídides)
Copio y pego de:
Tucídides nació aproximadamente 460 a .C. y murió 400 a .C.
Participó en la guerra que su obra clásica relata. La guerra del Peloponeso.
Este célebre discurso aparece en el Libro II de dicha obra.
El Discurso Fúnebre de Pericles, pronunciado el año 431 a
.C. en el Cementerio del Cerámico, en Atenas, es uno de los más altos
testimonios de cultura y civismo que nos haya legado la Antigüedad. Por de
pronto, es mucho más que un mero discurso fúnebre. Las exequias de las víctimas
del primer año de la guerra contra Esparta le brindan a Pericles la oportunidad
de definir el espíritu profundo de la democracia ateniense, explayándose sobre
los valores que presiden la vida de sus conciudadanos y que explican la
grandeza alcanzada por su ciudad. El discurso no es, por cierto, trascripción
fiel de lo efectivamente dicho por el político y orador ateniense, sino la
verosímil recreación de su contemporáneo, el historiador Tucídides, que lo
incorporó al relato de sus Historias (II, 35-46), donde se narran las guerras
entre Atenas y los peloponesios. También es claro, por otra parte, que en esta
pieza no hay una cabal exactitud histórica en la descripción de Atenas, cuya
realidad aparece idealizada. Pero todo esto, en última instancia, es
irrelevante para la historia. Al menos, para la historia espiritual. Lo que a
ésta le importa, en rigor, no es tanto saber lo que de hecho Atenas fue, sino
más bien lo que ella creía ser.
Es preciso que el lector sepa que este discurso fue escrito
por Tucídides bastantes años después de que fuera pronunciado y cuando ya
Atenas había sido derrotada. Así, más que el discurso fúnebre de Pericles a los
caídos durante el primer año de la guerra, éste es el discurso fúnebre de
Tucídides a la Atenas vencida que, aunque humillada en su derrota, se levantaba
ya como un paradigma universal su cultura cívica. El panegírico a los muertos
en combate, pues, aparece casi como un pretexto para abordar el elogio de la
gloriosa Atenas antigua y hacer la defensa de la eternidad de su patrimonio.
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