Para mí no hay una
relación directa causa-efecto entre el tiempo de la película y el imaginario
que convoca, que puede ir desde el romanticismo del siglo XIX al cine clásico
de los cuarenta o cincuenta. Tienen en común que ya desaparecieron: el cine, la
sociedad… En ningún momento se me pasó por la cabeza asociar un tipo de cine
con el tiempo en el que se desarrolla la historia. No existe el Monte Tabú, ni
Aurora, ni Gian Luca Ventura; no es Angola ni Mozambique. De ahí que pueda ser
completamente infiel en el campo histórico. El cine también sirve para estas
cosas, como la de utilizar una versión de los Ramones de los años ochenta con
una canción de las Ronettes de los sesenta. O que en pleno siglo XIX los
porteadores del prólogo vistan ropas de Nike o los niños de una aldea africana
de los años setenta lleven camisetas de Obama. El equipo me preguntaba si
deberíamos quitárselas y yo les decía: “Claro que no”. Porque el cine propone
un pacto con el espectador, y ese pacto no pasa por fingir que estamos en un
tiempo histórico determinado por el vestuario de época. El cine nos propone
algo muy bello: creer en cosas en las que supuestamente no creemos. Es decir,
mostrarnos los artificios y, al mismo tiempo, conseguir que nos emocionemos con
esos artificios, razón por la que estoy a favor de no esconderlos.
Entrevista a Miguel Gomes, por
Jaime Pena, en la revista Caimán de Enero de 2013.
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