En aquel momento
estaba admirando sin mover un músculo una copia más que tolerable ) la única
pieza, además de la ya mencionada, digna de alabanza) de la más dulce,
conmovedora y al mismo tiempo temible de las cabezas femeninas imaginables; la
de Beatriz Cenci, por Guido. El carácter prodigioso de dicha cabeza estriba
quizás en un sugestivo y sorprendente contraste, más o menos análogo con su
aspecto a aquel otro a veces visible en las exóticas doncellas de países
tropicales, consistente en la coincidencia de dulces ojos azules –armonizando con
una tez extremadamente pálida- con un pañuelo azabachado que recuerda a un velo
funerario. Aunque en el lienzo de Guido los ojos claros y la
piel blanca de la Cenci estén coronados por una melena dorada que le da al
conjunto una estricta naturalidad física, la anomalía acaso imaginaria del
dulce serafín rubio queda sugerida por un doble marco del rostro y parte del
cabello: un crespón negro de luto por dos crímenes, de los que en un caso es
objeto y en el otro agente, que cabe considerar como lo más terribles que pueda
concebir un ser humano civilizado: el incesto y el parricidio.
Pierre o las ambigüedades, Melville
http://es.wikipedia.org/wiki/Beatrice_Cenci
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